Iñaki Zaragüeta
Iglesias y la verdad, incompatibles
Podía haber sido perfectamente el líder de Podemos, Pablo Iglesias, el autor de la expresión «quien quiere mentir, engaña, y quien quiere engañar, miente». La frase le viene como anillo al dedo. El embuste, la mentira, el engaño suelen darse con regularidad entre los políticos, pero lo de él parecen intrínsecos a su actuación política y personal.
Él ha sido quien más ha condenado a los defraudadores y a todo aquel con el mínimo atisbo de cuentas con la Justicia. Se ha hartado de denigrar a diestro y siniestro. Sin embargo, justifica a su compañero Juan Carlos Monedero y sus sinuosas maniobras con dinero de Venezuela y de los ayatolás. Lo mismo hizo con Íñigo Errejón y sus becas injustificadas de la Universidad de Málaga.
Más grave aún. A él mismo le pregunto qué hubiera dicho si el teléfono de Rajoy, de Felipe o de cualquier otro hubiera sido financiado por EE UU, Francia o cualquier país, incluso por Irán. No cabrían epítetos en el Diccionario de la Real Academia Española. Él, por el contrario, tan ancho y tan ufano sin que, al igual que a sus amigos, Hacienda les muerda como a todos nosotros.
Por último, no paso por alto ese «jamás pactaré con los partidos de la casta, ni con el PP ni con el PSOE», palabras repetidas desde su emersión a la política y no sólo hasta vulnerar sus promesas en la primera ocasión –autonomías y ayuntamientos–, sino también después. Ahora, hasta se propone de vicepresidente de Pedro Sánchez.
Me complacería comprobar el día en que se vea apresado por aquella máxima de los clásicos «el castigo para el embustero es no ser creído aun cuando diga la verdad». Así es la vida.
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