Historia

José María Marco

Inventar lo conocido

La Razón
La RazónLa Razón

El federalismo estaba bien hasta que nos dimos cuenta que es incompatible con un Estado de las Autonomías que admite asimetrías como las hacendísticas del País Vasco o las simbólicas de Cataluña. Por eso ha habido que recurrir a la plurinacionalidad, que reabre el proceso de constitución partiendo de la base de las dos únicas naciones auténticas: Cataluña y País Vasco. Es posible que luego vengan otras. Sea lo que sea, lo que queda en el aire es el resto. Más que de España, que siempre será sospechosa, quizás deberíamos empezar a hablar otra vez de Castilla... Y en realidad, volveremos a inventar lo ya conocido, aunque sea bajo otro nombre, porque algún nombre tendrá que tener la superestructura más o menos estatal que represente al conjunto: puede ser Sinapia, de cierto abolengo, o Sepania o Sinapsis, que tiene cierta gracia... todo menos España. Que nadie se engañe, eso sí: los sinápticos tendrán al poco tiempo los mismos problemas que los españoles.

La nación tal como la conocemos es un invento liberal, de principios del siglo XIX, destinado a articular la nueva política de los derechos y la ciudadanía con las antiguas naciones creadas por el cristianismo, la cultura y las monarquías. No fue un proceso fácil, pero funcionó hasta que llegaron los nacionalismos, a finales del siglo XIX. Los nacionalistas odian la idea de nación, precisamente por dar pie al pluralismo político y en casos como el español, nada jacobino, a la diversidad cultural y lingüística. Muchos países europeos sufrieron esta ofensiva de nacionalismo antinacional y antiliberal, pero sólo los españoles –mejor dicho, las elites político-intelectuales españolas– se quedaron atascadas en él. Desde entonces repetimos una y otra vez, en bucle nacionalista, las obsesiones de nuestros bisabuelos sobre, o más bien contra, la nación (española). La instauración de la Monarquía parlamentaria fue una excelente ocasión para renovar el panorama. Ni siquiera hacían falta grandes exaltaciones de la nación, porque el Estado español, como casi todos, se atiene mal a un modelo conceptual estricto. Se trataba de hablar bien de España, de enseñarla, ir despejando los equívocos, orillar las demoledoras críticas nacionalistas y dejar de mirar al pasado. No se hizo así, al revés. El resultado es la oleada de plurinacionalismo que ahora barre el país, un país que nadie sabe ya si es el suyo.