Martín Prieto

Investidura constituyente

La Razón
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Pío Baroja dijo a los presentes sus últimas palabras: «Muero sin saber para qué sirven las mujeres y las Diputaciones Provinciales». Dejando a un lado la proverbial misoginia de don Pío hemos dado en volver a las Diputaciones como nudo gordiano nacional tras un siglo de revolver ese brebaje. Los menos avisados creímos que el 20 de diciembre se votaba por encontrar caminos que sostuvieran el modesto crecimiento del empleo e intentar en la nueva legislatura crear al menos dos millones netos de puestos de trabajo, pero, a lo que se ve, votamos por una investidura constituyente, sorprendente modalidad que tendrá estupefactos a los politólogos. La corrupción y la demonización del Partido Popular han sustituido al derecho elemental de un empleo estable. A esto se le llama poner el carro delante de los caballos. No hemos vivido en sociedades institucionalmente corruptas donde las coimas o las mordidas son de millones de dólares y no ese millón de euros en el altillo del retrete de los ancianos suegros, que denota el medio pelo y hasta el pelo de la dehesa. Es un dato, no una opinión: el PP es el furgón de cola de la corrupción pese a la apertura de los telediarios y las tertulias en las que se venden las consignas.

Manolete toreaba en la Monumental de México DF y entre una bronca apocalíptica mandó arriar la enseña republicana e izar la nacional. Indalecio Prieto comentó a sus acompañantes: «Éste es el único español desde Hernán Cortés que no ha hecho aquí el ridículo». En este trance de comidillas, pactos en holograma, acuerdos de pasillos, citas a ciegas y tactos de pies por debajo de la mesa, el único que no ha perdido la dignidad ha sido Mariano Rajoy diciéndonos la verdad de que no tiene apoyos para formar Gobierno. No ha hecho perder el tiempo a nadie, mientras los demás se han dado a sumas y propuestas imposibles. Además cerrar con siete llaves el lazareto del PP provoca la autoaxfisia, porque no se puede prescindir de la mitad del país instalado en el centroderecha, aislar al primer partido en afiliación y votos, y palanca imprescindible para cualquier reforma constitucional, que o es de amplio consenso o no será. La clase política está dando pruebas de su bajo nivel y también su desprecio por los electores que no han votado este guiso de lentejas encalladas. Si hay elecciones el primer partido puede ser el de la abstención.