Irene Villa

Irene Villa

La Razón
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Hoy, pensando sobre qué escribir, sólo me venían a la mente malas noticias, cuando, de pronto, pensé en Irene y esas palabras de su artículo en el que contestaba a Peñafiel. Le decía básicamente dos cosas: «Aprendí a no dar poder sobre mí a cualquiera. Permíteme ejercer mi libertad de sentimientos». Te robo este pensamiento, Irene. Ojalá pudiera yo, con tantos años más que tú, no dar poder sobre mí a algunos. Ejercer mi libertad de sentimientos. Porque eso es la sabiduría, preciosa. Y yo sé que en tu caso no son meras palabras, es pura acción. Pura verdad. Puro amor a la vida y a sus gentes. El que dude de Irene que mire una fotografía de sus ojos, que observe su sonrisa, que se balancee en su gesto, que entre en sus redes, abiertas a todos, y disfrute de sus movimientos. A la luz no se le apaga con agua turbia. Y menos con rencores. Porque a alguien que ha vivido tanto, perdonado tanto, amado tanto, no se le puede poner una flechita ni para arriba, ni para abajo, ni clavada en el corazón. Irene es mujer, madre, escritora y está enamorada de la vida. Irene es buena y solidaria y ejerce la suerte de estar aquí con la vocación profunda de los que han estado a punto de partir. Nadie, por muy inteligente, capaz o experto en pensamiento, sabrá lo que sabe alguien que ha vivido la experiencia de renacer; de, sin saber porqué, perder la vida y volver a encontrarla. Irene Villa no lo olvida y domina el no gastar una gota de energía ni en ataque ni en defensa. Irene es un modelo. Un orgullo, querida, tenerte en este diario como compañera.