José María Marco

Irresponsabilidad

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Si hiciéramos caso a la mayoría de los comentarios que se leen y se escuchan (en los medios de comunicación) sobre el caso Urdangarín, deduciríamos sin más que el asunto ya está juzgado y sentenciado. Se dirá que, por desgracia, siempre es así. Los seres humanos no somos particularmente generosos ni prudentes, y un caso como éste, tan llamativo, no iba a ser una excepción. Así que más vale tratar el asunto con la máxima honradez, con el cuidado que merece –como cualquier otro caso–, y dejarlo ahí.

Conviene, sin embargo, hacer alguna consideración. La primera es de orden institucional, y atañe a la naturaleza y al funcionamiento de la Justicia, en este caso a la tramitación del asunto en el juzgado de Palma de Mallorca. No parece lógico que la Justicia permita que uno de los encausados vaya desvelando su documentación al ritmo que le interese. Se diría que los juzgados, en vez de intentar esclarecer el asunto y hacer justicia, están al servicio de quienes han decidido recurrir a un juego sucio bien conocido por todos. La sentencia, sea cual sea, empieza a estar desacreditada. Algo parecido ocurre con la transformación de la entrada del juzgado en un espectáculo. Nadie se merece un trato como ese. Y a quienes buscan el espectáculo, la Justicia debería impedirles que lo dieran en la misma institución. Las razones son obvias y afectan, de nuevo, al crédito de la justicia que allí se pretende, o se pretendió una vez, impartir.

Otras consideraciones son de orden más general, y se refieren a la posible utilidad, por así decirlo, del caso. Si se demostrasen los cargos, es posible que tuviera cierto valor ejemplar, además de corregir unos hechos reprobables. Tal como se está desarrollando, todo eso está quedando anulado. El fango que hoy se lanza recaerá, más temprano que tarde, sobre quienes lo lanzan: la vida pública requiere cierto freno a la hora de organizar cazas de brujas y catarsis colectivas porque nadie está del todo libre de un fuego que se prende con esta alegría. Una vez abierto, el ciclo de las revanchas no acaba pronto y tendremos que asistir otra vez a espectáculos lamentables que ya hemos tenido la ocasión de presenciar. Por otra parte, la Corona, que es lo que está en juego, es una institución que representa la quintaesencia de la continuidad. Desbrozar lo que sobra –si es que sobra algo– es empresa delicada y en muchos casos imposible: lo importante no es la persona, sino la institución.