Alfonso Ussía

Jesús y las sardinas

Buen amigo escapado. Jesús Hermida, el neoyorquino de Ayamonte. El andaluz de la Quinta Avenida. Hijo de pescador, a la mar ido y de la mar no vuelto. –Mi niñez de huérfano, en Ayamonte, comiendo sardinas en salazón, de aquellas que se vendían en barriles. No he vuelto a comer sardinas. Me angustio al pensar en los millones y millones de sardinas que quedan en el mar–. Todos hablan de su maestría y dominio de la televisión. Pero mis mejores recuerdos, la más agradable memoria compartida con Jesús es la de la radio. Antena-3 de Radio, en la calle Oquendo, con el «Gordo» Martín Ferrand, y Santiago Amón, Antonio Herrero, José Cavero, Garci, Pumares, Rafael Benedito, Luis Herrero, Pepe Cavero, y «sus niñas», a las que años más tarde se llevó a la televisión, Nieves Herrero y Consuelo Berlanga, entre otras. En la radio también era un espectáculo, porque hablaba como si tuviera cámaras en cada rincón del estudio. – Jesús, que no te ve nadie. Simplemente te oyen–, le decía Amón, y Jesús a lo suyo. Era duro trabajando. Inflexible con los tontos y los vagos. Grande en la sonrisa y torpe en la carcajada. Sentido del humor caprichoso. Se enfureció con la broma que le preparamos Luis Herrero y el que escribe. Aprovechando que estaba grabando le dejamos sobre la mesa del despacho una nota: «Jesús, te ha llamado un tal señor León. Que le devuelvas la llamada urgente. Y un número de teléfono». A través de los cristales vimos –toda la redacción estaba al corriente–, como Hermida marcaba el teléfono, enrojecía de indignación, y pateaba una silla. Se calmó y compartió la broma. El teléfono del tal señor León era el del Zoo de la Casa de Campo. Hermida preguntó por el señor León y el individuo que respondió al otro lado le desjarretó la armonía. –El Señor León está dormido, pero si lo desea puede hablar con el señor hipopótamo que estaría encantado de hacerlo con usted–.

Jesús, siempre rutilante, preciso con la palabra, inventando una radio con ambiente de televisión. Resumía y emocionaba. Se movía mucho.

–Jesús, te vas a caer de la silla–, le apuntaba Amón durante el corte publicitario. Agonizaba su programa. Quedaban pocos minutos y hablábamos libres y divertidos. Entró en el estudio Pilar Vicente, su leal colaboradora con un teletipo.

Se había salido de la calzada un autobús en Águilas, Murcia. Jesús lo leyó. Afortunadamente sin víctimas. Tranquilizó a los oyentes de Antena-3. –A Dios gracias, los heridos, todos de carácter leve, han sido ingresados en Murcia, en el «Hospitil Cival». Una mala broma de la verborrea. El Hospital Civil se convirtió en la boca de Jesús en el «Hospitil Cival». Risas sordas y contagiosas en el estudio. Pero Jesús reaccionó. –Perdón perdón, he querido decir «Hospitil Cival»–. «Buen programa, ‘‘Jusés’’», le felicitó Manolo Martín Ferrand.

Y en televisión, su lugar, su espacio. Me llevó a muchos de sus programas. Montaba unas tertulias con diez o doce invitados. Entre la publicidad y el poco tiempo que disponía, cada invitado podía hablar algo más de un minuto. Pero el espectáculo era él. Los invitados asistíamos al espectáculo encantados. Nos llevaba hasta Antena-3 de Televisión, tomábamos un tentempié, y después de no decir casi nada, nos recompensaba con un generoso talón y un reloj bastante feo que no funcionaba. Le divertía mucho la mala calidad del reloj. Disfrutaba como nadie en ese maremágnum de cámaras, focos, cables, y público.

Está claro que ha sido un genio de la comunicación, y un maestro. Pero ante todo, golpes de furia aparte, era un tímido y gran amigo, rebosado de sensibilidad y buena cultura, que enseñó a muchos periodistas, jamás hirió a nadie, asombró a casi todos, había nacido en Ayamonte, perdió a su padre en la mar, no podía ver a las sardinas ni en pintura y quería ser de Nueva York.

Un grandísimo tipo. Buenos vientos, Jesús.