M. Hernández Sánchez-Barba
John Jay
John Jay, destacado miembro del Congreso Continental norteamericano, en plena guerra de independencia contra Inglaterra, fue designado plenipotenciario ante el rey Carlos III, con instrucciones para conseguir que el Reino de España accediera a formar parte de la «alianza» franco-americana, negociar un tratado de alianza, amistad y comercio, obtener «algún puerto bajo los 31º latitud norte en el río Mississippi» para barcos, artículos y mercancías pertenecientes a los naturales «de estos Estados». Debía, además, negociar préstamos a un interés no superior al 6%. John Jay, de Nueva York, era un típico representante de la república burguesa norteamericana; joven e impetuoso, deseaba conseguir sus objetivos en el menor tiempo posible. Era, sin duda, uno de los más inteligentes hombres del Congreso norteamericano de la revolución nacional de independencia, en la que participaba la crema intelectual de las colonias inglesas.
Ahora bien, también carecía de experiencia sobre los sistemas diplomáticos del Viejo Mundo europeo y por supuesto de la personalidad del secretario de Estado del gobierno de Carlos III, José Moñino, conde de Floridablanca, de extremada prudencia, y que actuaba en nombre y representación del rey, bajo fórmulas de relación muy distintas de las empleadas en el Congreso de Philadelphia.
Al llegar Jay a Cádiz, acompañado del secretario Carmichael, escribió a José de Gálvez, secretario de Indias, para que informara al rey de su nombramiento como plenipotenciario en España. Tras pasar dos meses en Cádiz, esperando la aceptación, escribió al conde Floridablanca anunciándole su viaje a Madrid para tratar con él sobre una «alianza con mutuas ventajas y utilidades para ambos». Esta carta está fechada el 6 de marzo de 1780, inicio de una correspondencia custodiada actualmente en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. A través de ella se aprecian las diferencias entre las dos personalidades y los respectivos modos de pensar y actuar del joven e impulsivo revolucionario de las colonias británicas y el inteligente y bien formado ministro del gobierno de España. Es perfectamente comprensible la urgencia del plenipotenciario del Congreso en 1780, año en que la revolución y la guerra de los colonos contra la metrópoli pasaba por un momento de extrema dureza, exigiendo soluciones rápidas que ni el rey, ni su gobierno podían tomar, sin adquirir informaciones suficientes acerca de las consecuencias que las decisiones podrían acarrear para España en el acontecer de la política internacional. Los años 1780-1782, en que el tándem Jay-Carmichael ejerció su función diplomática en Madrid, fue una época angustiosa para los colonos rebeldes norteamericanos, especialmente en cuestión económica, con perentorias necesidades para hacer frente a los gastos inmediatos de estancia en Madrid.
En consecuencia, la pugna Jay-Moñino por conseguir préstamos absorbió la gestión, quedando la misión principal –el tratado de amistad, alianza y comercio– sin llevarse a efecto, mientras Benjamin Franklin, en París, y John Adams, en La Haya, los conseguían en sus misiones respectivas. En el ínterin de las negociaciones, la guerra de independencia de Estados Unidos concluyó y Jay recibió instrucciones para viajar a París, donde debía firmar el Tratado de paz, que tuvo lugar el 3 de septiembre de 1783 en Versalles. Inglaterra negoció con enorme habilidad para conseguir extraer a los norteamericanos de la influencia de Francia y España en la postguerra y establecer mejores y más provechosas relaciones comerciales entre la nueva república y Gran Bretaña.
El tratado de amistad con España quedó como materia principal del empresario bilbaíno Diego María de Gardoqui (1735-1798), nombrado Encargado de Negocios de España en Estados Unidos el 27 de septiembre de 1784. Gardoqui embarcó en compañía del valenciano José de Jáudenes y del bilbaíno José Ignacio Viar el 29 de octubre de ese mismo año. Llegaron a Philadelphia el 20 de mayo, después de un periplo lleno de contratiempos que se desarrolló durante siete meses; habiéndose trasladado el Congreso a Nueva York, Gardoqui presentó credenciales el 2 de julio de 1785. El Congreso nombró a John Jay segundo secretario de la Secretaría de Estado, para tratar con Gardoqui sobre los asuntos que se especifican en sus plenos poderes, entre ellos el arreglo de límites y la navegación del río Mississippi.
Se abría una nueva posibilidad de acuerdo sobre lo que no había sido posible conseguir durante la misión de Jay en España, por el decidido propósito de Floridablanca de lograr personalidad propia para España respecto a cualquier dependencia francesa en política internacional, lo cual no era compartido por el embajador de España en París, el conde de Aranda. La situación psicológica y política a la que se enfrentó Jay en 1780 era pesimista, mientras que en 1785, tras la firma de la Paz de 1783, Estados Unidos era un Estado reconocido internacionalmente. Los congresistas se sentían fuertes e importantes respecto a las potencias europeas.
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