Joaquín Marco
Juego de espías y amigos
Si la política internacional es una muestra del espíritu cínico que mueve los intereses nacionales, por ejemplo el reciente acuerdo con Teherán que parecía imposible, los países amigos andan en sus aventuras de espionaje cibernético echándose los trastos a la cabeza. Desde antiguo el espionaje, especialmente en tiempo de guerra, ha dado pie a multitud de historias. En el cerco de Troya, por ejemplo, según el relato homérico, los troyanos no disponían de un sistema de espionaje eficaz. De otro modo no habrían introducido en su ciudad aquel caballo de madera de cuyo interior surgieron los soldados atenienses que abrieron las puertas a los sitiadores. Los sistemas y métodos del espionaje han dado en los tiempos recientes un gran avance. Pasaron los heroicos tiempos de Mata Hari, pero, aunque la técnica de la seducción sigue manteniendo un rescoldo del pasado, los espías no son ya ni siquiera aquellos héroes vencidos de John Le Carré y no digamos el superhombre James Bond, que respiraba acción a través de todos sus poros. Hoy resultan técnicos de alto mérito en redes. Tal vez por esta razón el país que inventó internet es quien más ha avanzado en esta cuestión. Alemania y su canciller Angela Merkel, la voz de la Europa de la Unión, no han perdonado que su teléfono móvil hubiera sido intervenido por la NSA, la agencia de información estadounidense.
Desde la revelación, el 5 de junio de 2013 por el periódico británico «The Guardian», de que la NSA recopilaba millones de llamadas telefónicas y rastreos en la red de ciudadanos estadounidenses y europeos, el concepto y el prestigio moral de la agencia han ido de mal en peor. Sin embargo, las últimas declaraciones al respecto muestran que el presidente Obama, partiendo de las revelaciones de Edward Snowden –refugiado ahora en Rusia–, se encuentra situado entre el fuego cruzado de quienes claman por la seguridad nacional y cuantos estiman que no puede violarse la privacidad ciudadana, y menos aún la de líderes amigos y aliados. La intención de Alemania es llegar a firmar un acuerdo de seguridad informativa con los EE.UU. Sin embargo, las negociaciones no han ido, hasta hoy, por los caminos deseados, hasta el punto de que el diputado del simbólico partido Die Linke, Stefan Liebich, advirtió irónicamente de que «el que deje que los espías negocien entre sí un acuerdo de no espionaje no puede sorprenderse» de su falta de éxito. Si el tema parecía zanjado con el presidente Rajoy, no ocurre otro tanto con la canciller. «Der Spiegel» anunciaba en su última edición que la Fiscalía General de Alemania estudiaba abrir un proceso, que en los Ministerios alemanes entendían que era justificable, para aclarar las responsabilidades de las escuchas del teléfono de la canciller. Obama había asegurado que en tanto que él fuera presidente el teléfono no volvería a ser controlado. Pero lo que demandan algunos países, además de Alemania, es una ley que impida que tales hechos puedan repetirse sin importar quién está en la presidencia.
Obama estuvo tibio en las respuestas. Entiende que debe producirse una transición entre los mecanismos que tiene establecidos la NSA y los que pudieran derivarse de una nueva ley. Cabe la duda de que ésta pudiera realmente alterar lo que viene ya haciéndose para descubrir información de todo tipo. Los británicos poseen su propio sistema operativo y no están por la labor de pedir una ley a un país como EEUU, que dispone de las técnicas más avanzadas para desvelar la circulación de cualquier mensaje. De lo que se trata es de establecer un pacto de no espionaje entre Alemania y los EE.UU. Lo que parecía muy fácil se ha ido retrasando y complicando. Nadie puede estar seguro tampoco que otros países, de producirse un tratado bilateral, deseen acogerse a un precedente. El programa Quantum permitió conocer los entresijos de algunos sistemas militares rusos, redes policiales mexicanas e instituciones comerciales de la Unión Europea. No es que Obama no sea consciente de que se encuentra en el filo de una navaja, pues comprende que «dado el poder excepcional del Estado, no es suficiente que sus líderes digan: créanme, no abusamos de los datos que recogemos. Nuestra libertad no puede depender de las buenas intenciones de quienes están en el poder, sino de la ley que restringe este poder». Pero ésta es una ley que va a encontrarse con muchas dificultades. Resulta difícil de justificar el espionaje de los amigos y aliados. Pero las relaciones de la política internacional no juegan con intereses morales. Nadie conoce lo que puede ocurrir en un futuro inmediato. Y la información es poder. No es casual que el país que domina las técnicas de penetración en la red sea el más importante y poderoso del mundo. Aunque existen numerosos frentes bélicos abiertos en todo el orbe, el espionaje no es tan sólo una cuestión de vencedores y vencidos. El mundo se ha tornado tan complejo, y a la vez tan abarcable, que los peligros amenazan por todos lados. Y mucho más si tomamos en consideración las fuerzas económicas que están agazapadas detrás de esta información globalizada. Existen amigos, conocidos y otros, pero por ahora todos pasan por un sistema de control que viola teóricamente cualquier razón de estado.
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