José Luis Requero

Justicia y formas

Se va a reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial. Las novedades son muchas y de calado. Hay una cuestión que quizás sea menor para algunos, pero que ha aireado algún medio de comunicación con ánimo de polemizar, polémica que tiene pinta de no haber no prendido. Me refiero a que se quiere obligar a secretarios y funcionarios judiciales –nada dice de jueces ni fiscales– a «vestir y comportarse con el decoro adecuado a la función que desempeñan», lo que, si se incumple, será sancionado. Al margen del acierto o desacierto en acudir a lo disciplinario, llama la atención el rechazo a exigir decoro: se tilde de trasnochado, rancio y decimonónico.

En otros ámbitos sí se exige. Se apela así al decoro de las cámaras parlamentarias o se prevé para el comportamiento de algunos funcionarios diplomáticos y es normal que los colegios profesionales velen por el decoro en el actuar de sus colegiados. Caso especial son los militares y policías. Para ellos el decoro tiene más proyección en el comportamiento porque, obviamente, el uso del uniforme solventa dudas de cómo vestir. Los tribunales sí suelen barajar el decoro como medidor de la conducta de todos los funcionarios civiles y lo introducen con toda normalidad en una suerte de bombo de conceptos junto con la dignidad, el buen nombre, la moralidad, etc.

En cuanto a la vestimenta creo que nadie discute que todos los que trabajamos en la Justicia debemos cuidar ese aspecto. Cada uno hará lo que pueda, y no se exige un fondo de armario poderoso ni un gusto exquisito, pero sí saber que el atuendo dice mucho de la persona: de su consideración hacia los demás y hacia lo que representa. Podremos discutir hasta agotarnos sobre qué es lo decoroso, pero a nadie se le escapa que hay que saber vestirse según el momento y el lugar. La Justicia gana su autoridad y respetabilidad con sus resoluciones, cierto, pero esto no exime de ser consciente de que la mayoría de los ciudadanos en contadas ocasiones se relacionan con la Justicia y no da lo mismo entrar en una oficina donde se guardan las formas, insisto, por respeto.

La crítica a ese deber de decoro encierra una mala digestión de principios como la independencia o la idea de servicio; lo ve como algo risible. En ese rechazo hay algo de soberbia –nadie me debe decir qué debo hacer o cómo debo vestir– y acaba exigiendo que la norma de conducta sea la de la propia ramplonería. Ése es el nivel.

Admito que hay tribunales destartalados, cargados de trabajo, que no invitan a estar tan pendientes de las formas; tampoco es lo mismo un tribunal con procedimientos orales, con presencia constante de ciudadanos y profesionales, que aquellos en que los procedimientos son por escrito. Pero ya sea en órganos de gobierno, en tribunales o en oficinas judiciales, estamos ante una organización donde las formas deben ser puestas en valor y exigirse. En otro aspecto –se refería al uso de la toga– hace años un periodista le preguntó a Juan Alberto Belloch, entonces dirigente de Jueces para la Democracia, si no era desfasado tanto formalismo, y con acierto respondió que pensase en lo mal que le ha ido a la Iglesia cuando empezó a descuidar la liturgia.

En 2005 el Consejo General del Poder Judicial aprobó el protocolo de actos judiciales solemnes, del que fui redactor. Recibimos muchas sugerencias, pero hubo una Comunidad Autónoma –no diré cuál– que se opuso radicalmente a que para la Justicia se regulasen esos aspectos; sin embargo, esa autonomía, nada más crearse, no dudó en regular su protocolo. No admitía que para la Justicia se ordenase y visualizase el rango y la dignidad de ese tipo de actos, algo común en el resto de los poderes del Estado, administraciones e instituciones.

Y es que las formas hablan y dicen mucho de quien las cuida y descuida, y si a ciertas edades no se entiende ya poco puede hacerse: es cuestión de educación. Si abochorna oír o leer a quien descuida su lenguaje oral o escrito, lo mismo pasa con las formas. Es otro lenguaje, un lenguaje visual, y quien lo minusvalora será respetado por ser quien decide, no porque sea respetable.