Martín Prieto

La alcaldesa de Madrid

Cuando dentro de nueve meses Madrid tenga otro regidor no se escribirá de Ana Botella a la que la izquierda ha despedido en su paso al costado con alguna vileza. Ya la recibieron con el insólito reproche de haber accedido a la alcaldía corriendo el escalafón como si fuera una truculencia electoral y no el mismo camino de Griñán o Susana Díaz para la mayor enjundia de la Junta de Andalucía. Se nos ha olvidado la máxima evangélica de la paja en ojo ajeno cuando tenemos el nuestro atravesado por una viga y hemos optado por el más hipócrita y falsario sectarismo como libro de estilo de cualquier oposición. «Ad nauseam» han recordado a la alcaldesa su ausencia de horas la noche del «Madrid Arena» volando al Algarve para una reunión familiar, como si careciera de sentimientos. La Alcaldía había tomado las riendas de aquel suceso trágico y la presencia física de Ana Botella resultaba innecesaria. No se ausentó para darse una fiesta, sino para ver unos momentos a unos hijos instalados en el extranjero de los que llevaba tiempo alejada, regresando de inmediato con el móvil echando humo. De haber sido su asesor la hubiera atado a la Cibeles, pero, seria y rigurosa, entiende mal el chisporroteo de las relaciones públicas y participa del lema del viejo Estado Mayor alemán: «Ser antes que parecer». Se ha usado contra ella el azar de la foresta madrileña como si a dos millones de árboles se les pudiera hacer una ecografía por ver si están podridos, desdeñando la mala suerte de que caiga una rama justo cuando pasa un cristiano. Hasta su matrimonio con Aznar se ha utilizado como ariete sin escándalo de las feministas de guardia. Abogada e inspectora de Hacienda ha cumplido la hazaña de poner en orden la deuda de Madrid rebajándola en miles de millones sin recortes sociales que hayan sentido los madrileños. Es una excelente alcaldesa, sin asesores de comunicación.