Julián Redondo
La cabezadita
Vladimir Putin ejerce de perfecto anfitrión en el sorteo del Mundial de Rusia y recuerda que en su país el fútbol es el deporte rey y alcanza los 2.700.000 federados. Mucha cantidad y poca calidad. El 14 de junio de 2018, en el Luznhiki de Moscú, empieza el baile, el país anfitrión contra Arabia Saudí. Veinticuatro horas después, en Sochi, a las ocho de la tarde, Portugal-España. Hay que apuntar el 15 de junio y ojalá que el 15 de julio, día de la final. Y hay que consignar que los otros dos rivales del Grupo B son Irán y Marruecos. Dos europeos, un asiático y un africano. No es el grupo de la muerte, no lo hay en ningún caso. Es propicio para la clasificación de portugueses y españoles sin necesidad de pasar un vía crucis. El último campeón de Europa contra su predecesor. Cristiano Ronaldo frente a Sergio Ramos y la moneda, en el aire.
Con buen juicio, Julen Lopetegui advierte de las dificultades. El grupo es «duro, complicado... Es un Mundial». Exacto. Confianzas, las mínimas. Entusiasmo, total. Esperanza, infinita. Del Bosque acota posiciones: «No nos podemos quejar del sorteo. España transmite confianza y opta al título». Realidades paralelas dibujan el seleccionador y su antecesor; no son contradictorias y el favoritismo de la Roja, más o menos atenuado, es obvio dentro y fuera de nuestras fronteras. Tan evidente como la cabezadita de Juan Luis Larrea mientras el jefe Infantino se extendía innecesariamente en el discurso de bienvenida y agradecía a Putin la organización de este campeonato, de sospechosa concesión en el origen.
De aquí al 14 de junio caerán las hojas del calendario con tanta velocidad como ahora se desnudan los árboles, sorprendidos por un otoño tardío. España ha mejorado el mil por ciento con respecto a Brasil’14 y Francia’16. Ilusiona y seguro que espabila a Larrea, sea cual fuere el destino del presidente en funciones. Que lleguen los 15-J.
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