Toros

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La cogida

La Razón
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Ahora que acaban los sanfermines y que se abre el debate sobre las medidas de seguridad en los encierros e, incluso, sobre si deberían prohibirse, me acabo de dar cuenta de que no he visto ni uno este año y de que, sin embargo, me los sé de memoria. He de dar las gracias de mi nivel de conocimiento gore a algunos periódicos que han ofrecido en sus portadas las imágenes de los mozos corneados mientras se retorcían de dolor o la mueca de terror de sus rostros cuando adivinaban próximo un desenlace fatal. Hay prensa que ya saben Vds. que se pone estupendísima y que da habitualmente lecciones de ética profesional y de libertades planetarias y se olvida, qué cosas, de la dignidad de las personas que protagonizan esas terribles escenas y del mal rato que pasan sus familias. Lejos de cortarse un pelo, algunos de esos periódicos han utilizado sus páginas web para insertar los vídeos de las cogidas, enfatizados los detalles morbosos y convenientemente patrocinados. Por ejemplo, el empeño en mostrar una y otra vez la muerte del torero en Teruel. Creo, necesariamente, decir algo sobre la cogida mortal de Víctor Barrio, porque nos puede colocar a los antitaurinos en una posición que no es ni de lejos la nuestra. Es el signo de los tiempos, se tiene que acabar porque no lo sostienen ni los que lo defienden y porque los que lo defienden no hacen ni el huevo porque sea una fiesta digna, ni pura, ni las reglas son las que deberían ser, pero no me encontrarán ni asimilando derechos ni equiparando dolores. En ese mostrador de la víscera estábamos cuando surgen algunas voces que se preguntan primero, y en cuestión de segundos pasan al imperativo estirando el índice, si no sería mejor acabar de una vez y para siempre con esos correteos mañaneros en pleno mes de julio, ahora que nos hemos percatado de que los toros, con lo que eran de educados, han cambiado. Daba gusto, oyes, cuando tenían el carácter de la cajera de una tienda de medias y no ahora, que se encelan y empitonan y luego la sangre deja mancha. Vaya por delante que no me van a pillar a mí en una de ésas a menos que se pueda correr un encierro embutida en el peto de un caballo de picar, y vaya seguidamente que no siento admiración ninguna por los mozos que se juegan la vida en los encierros, pero de ahí a prohibir que estos buenos señores asuman el riesgo que les parezca me da cierto repeluco. Cuidadín, que terminarán ilegalizando el pincha-glotis, o sea, el pescado con espinas.