Enrique López
La comisión Oxford Martin
La constelación de organismos internacionales que nos rodea ha generado un cosmos en su comprensión inalcanzable para el común de los mortales, amén de resultar muy desconocido en sus formas de gobierno y gestión, que se nos presenta como una suerte de acrónimos, a veces, muy alejados de los intereses de la comunidad internacional. Cuando se establecieron las instituciones de las Naciones Unidas y se adoptaron los acuerdos Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial, el poder económico y político estaba concentrado en unos pocos países que habían ganado la guerra, y por ello lograr acuerdos sobre cómo restaurar el orden internacional era relativamente fácil. Pero el mundo ha evolucionado, y el orden mundial también ha sufrido profundas transformaciones. Los organismos internacionales han proliferado en exceso y, la mayor parte son financiados directa o indirectamente con fondos públicos –incluidos los deportivos–, no habiéndose cerrado ni una sola institución multilateral desde la Segunda Guerra Mundial, a la vez que se ha provocado una más que deficiente coordinación entre todas ellas. Aunque pueda resultar anecdótico, un público conocimiento de los sueldos, gastos e indemnizaciones del personal de muchos de estos organismos generarían una ola internacional de estupor y repulsa; hoy en día hablar de funcionarios y trabajadores expatriados resulta poco acorde al sistema actual de transporte aéreo. Pero de lo que no cabe duda es que hoy la humanidad se enfrenta a nuevos retos como el del terrorismo internacional, los problemas climáticos, la regulación de internet, la delincuencia de la red, etc. Se requieren nuevos ámbitos internacionales de decisión que trasciendan y superen los existentes. No pongo en duda que la acción de muchas instituciones internacionales han tenido impactos positivos reales y eficaces, en ámbitos como el de los refugiados, la salud o el hambre, así como en la defensa y garantía de los derechos humanos y el mantenimiento de la paz; pero existen muchas organizaciones internacionales que no se significan por la eficacia, sino más bien por la inaccesibilidad, el despilfarro y la opacidad, de tal manera que van perdiendo prestigio y legitimidad, y como consecuencia de ello el abandono de la naciones en su financiación. Ha llegado el momento de repensar todas las organizaciones internacionales, examinado a fondo su funcionamiento. Por ello las organizaciones que sean incapaces de responder a los restos de siglo XXI, deberán ser cerradas, y sus recursos redirigidos a esfuerzos más productivos. Otra línea que debe ser tratada es la creación de instituciones temporales con unos objetivos prefijados, las cuales, una vez cumplidos aquellos, deberán desaparecer. El Informe de la Comisión Oxford Martin para las generaciones futuras, ha puesto el foco en el problema, los gobiernos son cortoplacistas en el ámbito temporal de sus decisiones, y por ello hacen falta instituciones internacionales que se muevan más en el largo plazo. Todo ello debe abrir una profunda reflexión sobre el futuro de las grandes organizaciones internacionales, readaptándolas a un mundo nuevo marcado por las tecnologías de la comunicación, la imparable globalización, así como los nuevos ámbitos de decisión geopolíticos.
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