Restringido
La conveniente cautela del jefe de estado
El Rey no puede hacer un tercer intento fallido. Falló el procedimiento regio cuando encargó a Mariano Rajoy, como representante de la fuerza más votada, que intentara formar Gobierno y el dirigente popular tuvo que excusarse con razón porque no disponía de los apoyos suficientes en el Parlamento. Y falló el procedimiento cuando traspasó el encargo al dirigente socialista, Pedro Sánchez, perdedor de las elecciones y que, como se ha visto, tampoco contaba con respaldo parlamentario, ni siquiera después de intentarlo durante un mes.
Es normal que se imponga ahora la cautela. Mejor esto que un nuevo fracaso. Éste es un fracaso de los partidos, pero no deja de afectar también a la Corona. A todo el mundo le ha parecido razonable, visto el encrespado panorama político, que Felipe VI dé tiempo a la negociación entre las distintas fuerzas políticas antes de iniciar una nueva ronda de consultas formales, si es que se dan algún día las condiciones, antes de que se acabe el plazo, para que esta ronda vuelva a tener lugar. A este propósito, no parece desde luego prudente que vuelva a recibir el encargo el candidato que ya ha sido rechazado con contundencia por el Congreso de los Diputados.
Lo exigible sería que Sánchez no volviera a poner al Jefe de Estado en un brete y se hiciera ya a un lado para facilitar las cosas. Es el momento de los partidos. A Don Felipe le toca esperar antes de proponer otro candidato, si es que hay ocasión de ello. Si no, nuevas elecciones, como está establecido en la Constitución. Nunca es malo recurrir al pueblo. No hay que tener miedo a la voluntad popular.
A estas alturas, los electores habrán tomado buena nota. Poseen ya muchos más elementos de juicio para saber de qué pie cojea cada uno y cuál será el destino de su voto. No creo que, después de seis meses de refriega y despropósitos, el resultado de las urnas sea matemáticamente idéntico al del 20 de diciembre. Todos estos rifirrafes, y los que faltan, servirán de pedagogía política. Ésa es la ventaja. Muchos se preguntarán, por ejemplo, si la irrupción de las nuevas fuerzas políticas y su afán de acabar con el bipartidismo está sirviendo para regenerar la vida pública o está resultando un elemento gravemente perturbador.
El inconveniente de que se repitan elecciones es el largo período de interinidad, sin que sea seguro que la incertidumbre se disipará el 26 de junio, teniendo en cuenta el nivel de crispación y rechazo mutuo que se observa en este momento entre los dos principales partidos: Partido Popular y PSOE.
El hecho de que el Monarca haya decidido, con muy buen criterio, esperar a que las distintas fuerzas políticas se pongan de acuerdo no debe entenderse como que ahora su papel sea el de esperar sentado, mano sobre mano, a que los políticos sean capaces de alcanzar un acuerdo.
Con toda la prudencia y cautela necesarias, su discreto y activo papel, consultando con unos y con otros, puede ser clave en este interregno para desbloquear la situación. La Constitución le asigna el deber de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones. Es su primera prueba de fuego.
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