Manuel Coma

La cruz en Oriente

La cruz en Oriente
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El Cristianismo, y por ende la Iglesia Católica, no es enemigo del Islam, ni del aconfesionalismo, ni siquiera de los que se declaran abiertamente enemigos. Cree que Cristo vino a redimir a toda la humanidad, sin exclusión de nadie. Aunque en el ejercicio existan fallos, la libertad de conciencia es esencial en el cristianismo. No así en el Islam. En un país donde prevalece la sharía, un no musulmán es un ciudadano de segunda categoría, como bien saben muchas comunidades cristianas de origen apostólico en Oriente Medio. Incluso sin ese imperio legal son víctimas de una tremenda presión social, como viene sucediendo con los coptos egipcios o los caldeos y asirios en Irak. En toda el área, esas antiquísimas cristiandades están en vías de extinción por una hemorragia emigratoria hacia Occidente. Los islámicos buscan la absoluta homogeneidad, mientras reclaman la igualdad de derechos allí donde residen. La mayor parte de esas cristiandades son católicas, aunque no en el caso de los coptos, mayoritariamente ortodoxos. La trituración de esas comunidades, aunque viene de antiguo, ha sido un problema especialmente acuciante de los dos últimos Papas y por eso Benedicto XVI quiso viajar a Oriente Medio. Debido a la extraordinaria precariedad de esos cristianos en un mar de discriminaciones los pontífices han tenido que tratar el angustioso problema con extremada discreción. Sólo una ligerísima alusión a precisamente esa «dificultad» de diálogo con los musulmanes en un discurso académico en la Universidad de Ratisbona, Benedicto XVI, entonces, dio varias veces la vuelta al mundo por la desabrida reacción en el mundo musulmán.