Francisco Nieva

La desgracia de tener suerte

Vivo sin vivir en mí

y tan alta vida espero

que me piro al extranjero.

Como tantos chicos de ahora mismo, yo quería emigrar y buscarme la vida y mi libertad de expresión fuera de la España pobre, delirante y franquista, en la que me tocaba residir sin esperanza alguna de prosperar. Y me conquisté a un jerarca falangista que logró que me concedieran un pasaporte. Emprendí mi viaje a Francia como si me fueran a ahorcar, con la muerte en el alma y presintiendo penas y calamidades sin cuento, como era de esperar.

Me alojé en el Colegio de España, en la Ciudad Universitaria. Mi hermano, pastor protestante, me dio una carta de recomendación para una gran autoridad de su secta episcopaliana, y yo fui a rendirle pleitesía a una finca magnífica que poseía al borde del Sena. El obispo protestante vivía como un Rajá, rodeado de nietos guasones y libertinos que me miraban con malicia y con ironía, para saber si yo comía del fruto prohibido, como lo hacían ellos de un modo patente, con insinuaciones inefables. Y el Obispo, viviendo en la inopia.

El tal, viéndome tan desamparado, me dio una recomendación para una dama extraña, prematuramente divorciada, más parecida a un sargento napoleónico que a una francesita normal, presidenta de un joven club protestante, en donde podía hacer amistades y perfeccionar mi francés.

Era una mujer muy inteligente, administradora civil del Centro de Investigaciones Científicas, que me procuró un trabajo nada fácil: el de hacer resúmenes de trabajos científicos publicados en Suramérica para el boletín informativo de la Sorbona, a un franco la palabra. A mí me tocó resumir los estudios de etnología, de los que recabé muchos conocimientos. Hasta el punto de que mi primera comedia se basaba en una leyenda peruana.

La interfecta pertenecía a una gran familia hugonota muy conservadora e influyente, cuya oveja negra era Maurice Escande, secretario perpetuo de la Comedie Française. Gran actor y espectacular homófilo dentro de la Institución. Cosa normal.

Pero mi situación vino a ser extrema. Lo del boletín no me daba para vivir: - «Si no quiero volver derrotado vergonzosamente, tengo que hacer un sacrificio, que es casarme con esta criatura, que concede créditos y préstamos a científicos de marca, a Georges Bataille, a Gaston Bachelard, al capitán Cousteau, que hacía investigaciones oceanográficas y hasta me podría embarcar con él, haciendo dibujitos de sus hallazgos».

Y así fue como emparenté con aquella familia rica –nunca supe por qué, aunque las grandes fortunas siempre tienen un origen sucio– y conservadora de ilustres hugonotes.

Un espagnol severe

fait la coquette

au sortir du Moulain

de la Gallette.

Negocio redondo. Una vida fastuosa la de aquella familia, tan ilustremente relacionada y en la que había que vestir smoking por las noches, para las cenas. Me hice muy amigo de Clemente, un primo político que era todo un dandi y un redomado esnob. El cual, se decía muy amigo de Philippine de Rothschild y de María Elena de Saboya, que nunca se le caía de los labios, y seguía sus consejos al pie de la letra.

Me había comprado un smoking nuevo en La Belle Jardiniere, ceñido y de factura italiana. Clemente me dijo: - «Ese smoking no pega en absoluto en nuestros parientes, que les parecerá de un parvenu. Aquí se lleva un traje de gala pasado de moda y con coderas. Eso es lo elegante, síntoma de que has llevado una vida social intensa y cotidiana».

- «Pues vaya una familia la nuestra, que parece detenida en los tiempos del Affaire Dreyfus».

- «¿ Y no te parece que es bastante chic?»

- «Demasiado chic. La derecha francesa es temible».

Así que adopté la chaqueta del traje de boda de mi tío Cirilo, ministro en la República, pero de tiempos de la monarquía. Con esto y una camisa blanca y una corbata de lazo negra pasé el examen con cierta fortuna. Me venía muy ancha y el difunto parecía mayor, aunque tuve un éxito de noble mayorazgo, en distinguida «baja forma».

Desde entonces mi existencia fue toda una pesadilla de adaptación. Siempre tuve la sensación de haber vivido en un infierno fastuoso y carente de auténtica libertad de obra y de pensamiento. Dramática paradoja del destino. Nada feliz en mi matrimonio, pero con libre acceso a la biblioteca del Centro. Un pozo de ciencia que terminó de formarme y me dotó de una gran experiencia para ser, luego, un conocido autor dramático y un académico de la Lengua. Tuve la desgracia de tener buena suerte. Vital contradicción en muchos casos de exilio y retorno a la patria de nacimiento. Siempre se vuelve otro, aunque pagando un alto precio.