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La gran apuesta y nuestro futuro

La Razón
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Hace unos días se ha estrenado en nuestro país la película americana “La Gran Apuesta”referida a la crisis económica de 2008 conocida como la crisis de las hipotecas basura o de las “subprime”,identificada con la caída de Lehman Brothers, uno de los bancos de inversión más importantes del mundo. Su título, no refleja el trasfondo de la cuestión que trata.

La película arranca con la “fabricación” de un producto financiero por un avezado gestor para “animar el aburrido mundo de los inversores”, que empaquetaba hipotecas, inicialmente con un alto grado de solvencia, que se vendían y revendían sobre la base de que el mercado inmobiliario nunca caería. Se generó un gran movimiento de dinero ávido de esos productos, que de inmediato se extendieron a hipotecas con escasas garantías, que lograban generar los mismos o mayores recursos.

Dos años antes de que estallase, un reducido grupo de inversores, iniciados por un medico paranoico metido a financiero y gestor de un Fondo de Inversión, anticipa la crisis de las hipotecas que tambaleó a casi todo el sistema bancario americano y a la práctica totalidad de la economía mundial, sumiéndola en la crisis más grave que hemos vivido desde la de 1929.

Estos avispados inversores comprueban que detrás de esos productos hipotecarios no hay apenas nada que responda de ellos, y “apuestan” a que reventarán. Y para cubrirse, suscriben seguros que hagan frente a esa eventualidad, ante la risa de agresivos jóvenes gestores de bancos y fondos de inversión, que piensan ganar buenos bonus a costa de unos indocumentados que quieren pagar por asegurar un mercado, el hipotecario, que nunca se iba a desmoronar.

Lo que está en el trasfondo de esta película no es una apuesta sobre lo que ocurrirá en el mercado financiero. Lo que está es lo que se recoge en los relatos y reflexiones que hacen los protagonistas a cámara: la barbaridad que supone la creación de productos financieros complejos detrás de los cuales no hay solvencia para responder de ellos, que se empaquetan y se venden una y otra vez con el único objetivo de generar dinero del que presuntamente se beneficia el sistema, pero quien seguro lo obtienen son esos gestores o intermediarios, que solo especulan a cambio de un bonus que cobran hoy, sin responder de los daños que ocasionan cuando esa burbuja estalla y el humo se disipa. Y también está la gravísima irresponsabilidad con la que actúan todos los actores que van conformando esta gran estafa, de la que son muy conscientes, pero todos la aceptan y encubren por su interés económico: Wall Street, los reguladores, los mercados financieros, los medios de comunicación, las agencias de rating, Lo que allí se refleja es grave y exige una reflexión muy profunda. Para los defensores de un sistema económico basado en la libertad, la libre competencia, el mérito y el esfuerzo, un sector público subsidiario que garantice esa transparencia y el adecuado funcionamiento de un mercado serio y transparente, lo que muestra esta película es lo peor de lo que es capaz el sistema financiero cuando se aparta de su función tradicional de guardar y prestar dinero con prudencia y control para incentivar la economía, y se convierte en una banca de inversión meramente especulativa, de ingeniería financiera, que crea productos opacos y complejos para producir dinero, en una espiral creciente detrás de la cual no hay nada, y de la que se benefician solo unos pocos, que ganan desproporcionados bonus cuanto más los hacen girar y más especulan con ellos. Todo ello con conocimiento y consentimiento de los reguladores y las autoridades financieras, que no cumplieron su función de garantizar que este tipo de productos y maneras de actuar llegaran tan lejos. Este tipo de banca de inversión ha hecho mucho daño a la democracia, a la libertad y a la economía de mercado, pues ha arruinado a mucha gente a cambio de beneficios abusivos a unos pocos, y ha servido de caldo de cultivo a los radicales que desde hace años tratan de acabar con nuestro sistema, imponiendo sus postulados mediante el adoctrinamiento y la propaganda a través de la penetración en la educación, las universidades, los medios de comunicación, tratando de destruir la fuerza del progreso y la libertad de una economía de mercado a la que no pueden vencer con sus postulados, que condenan a la mediocridad y al atraso allí donde los han aplicado. Hay que vigilar los límites de nuestro sistema de libertades y de libre mercado, y no dejarnos acomplejar por los errores cometidos. No confundamos la ordenación con el intervencionismo, la regulación con el dirigismo, el subsidio y la inversión pública con el estímulo adecuado para la actividad económica. Evitemos con limites y controles los abusos que han llevado a esos malos resultados, y luchemos por inculcar de nuevo nuestros postulados en la educación, en la universidad, en los medios de comunicación, y en las instituciones del estado. Es esencial para nuestro futuro, nuestra libertad y nuestra supervivencia.