Política

Manuel Coma

La gran partida de Kiev

La gran partida de Kiev
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Ucrania ya estaba perdida antes de que comenzase la reunión de la UE, en la capital de Lituania, o ganada por Putin, según se mire, pero no por eso es menos lamentable. Probablemente habrá nuevas oportunidades, porque es bien poco lo que Rusia puede ofrecer a su vecina y casi hermana gemela, salvo amenazas y chantajes, y la Unión Europea no va a tirar la toalla. Pero no será fácil, porque la intimidación cuenta y para Putin el tema es de la máxima transcendencia.

Un ministro zarista de Exteriores decía a finales del XIX que contra la pérdida de Polonia se alzaría en armas hasta el último mújik, porque representaría un retroceso de doscientos años en la historia de Rusia. No pasaban de cien y los mújiks hacían lo que les mandaban, sin que muchos tuvieran idea de lo que significaba Polonia, unida a su país en la cabeza del zar, soberano común de ambas. Pero para la élite era la occidentalización, el acercamiento al corazón de Europa, algo irrenunciable, cuya pérdida los empujaría hacia Asia. Desde otra perspectiva, Stalin no pensaba de manera muy diferente. Putin tampoco. De ahí que considerase la disolución de la URSS y su esfera como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX». Mantener en torno a Moscú el llamado «extranjero próximo», la periferia de la antigua Unión Soviética, es para él objetivo estratégico primordial. Lo que en otro tiempo se decía de Polonia es todavía mucho más cierto referido a Ucrania, donde se produjo el primer nacimiento de Rusia, a la que ha estado tan unida durante siglos.

Putin piensa en términos militares, como si Europa estuviera siempre dispuesta a invadir su país a la menor oportunidad, quizás porque él no consigue apartar de sus sueños la posibilidad inversa. En esos términos, Ucrania es una daga que amenaza el bajo vientre de la gran Rusia y si ésta no es capaz de incluir a aquella en su esfera de influencia económica y política, el nuevo intento de resucitar ese espacio en forma de Unión Aduanera habrá fracasado desde el principio. Por mucho que la baronesa Ashton ostente el título de «jefa» de la política exterior europea, no pasa mucho de ser una coordinadora en la materia, porque los estados escasamente le transfieren esos atributos de la soberanía. Pero por una vez la Unión, consciente de la importancia de lo que está en juego, ha actuado con voz única y enérgica. En contra del tono pausado y cortés que suelen tener los conciliábulos europeos, en esta ocasión ha habido palabras duras de los máximos responsables para Putin y el presidente ucraniano Yanukovich. De momento Europa pierde, pero la partida no está cerrada.