Alfonso Ussía

La guardia

El robaperas y asaltador de bienes ajenos Sánchez Gordillo ha rizado –con la colaboración de la Justicia– el rizo de la chulería pública. Se negó a declarar ante el juez –un juez bastante tolerante–, por la invasión de su banda con él a la cabeza de la finca «Las Turquillas», y al día siguiente la invadió de nuevo. Nada hay de heroico en su actitud. Sabe perfectamente que es intocable y que los jueces se la cogen con papel de fumar antes de emplumarlo como merece. «Las Turquillas» es un campo cuyo propietario es el Ministerio de Defensa, por pertenecer al Ejército de Tierra. En «Las Turquillas» no puede entrar nadie que no esté autorizado para ello. Como en todos los establecimientos militares, en «Las Turquillas» se monta un servicio de guardia las veinticuatro horas del día. Los centinelas de cualquier acuartelamiento, Regimiento o campo militar, ya sea de Tierra, Mar o Aire, conocen al dedillo sus derechos y deberes. Su fundamental derecho es pertenecer a las Fuerzas Armadas, y su deber prioritario, cumplir las órdenes. ¿Quién es el responsable de haber ordenado a los centinelas de «Las Turquillas» que después de advertir a los asaltantes les permitan culminar el asalto? Cuando un elemento, en este caso un individuo fácilmente reconocible, acompañado de un grupo compuesto por presumibles forajidos, se acerca a la barrera de un establecimiento militar, los centinelas que conforman la guardia tienen la obligación de anunciarles a viva voz que han equivocado el camino. Si los asaltantes insisten en su equivocación, los centinelas tienen la obligación de informarles que son eso, centinelas, no muñecos del Museo de Cera ubicados ahí para diversión de los asaltantes. Y si éstos insisten en violentar una propiedad del Ejército, los centinelas tienen la obligación de efectuar un disparo al aire que ayude a recordar a los asaltantes que están violando un establecimiento militar. Si después de este disparo al aire, los que asaltan mantienen su objetivo, se ríen de los soldados, se mofan del Ejército, se pitorrean de los militares e insultan al Rey, los centinelas tienen la obligación de impedir la violación por todos los medios.

Todos esos pasos de advertencia se cubren por un servicio de guardia no sólo en «Las Turquillas» con Sánchez Gordillo de invasor regocijado. Los propios oficiales, suboficiales y soldados de los acuartelamientos tienen la obligación de identificarse para adentrarse en ellos. Y si la guardia decide, aún conociéndolos, que su identificación no es válida, ahí no entra nadie. Después vendrán los chorreos, el arresto y lo que la jerarquía decida, pero el soldado de guardia cumple estrictamente con su deber impidiendo la entrada a quien no presente su documentación. Y todo, al final, queda en un disgusto verbal, porque no hay superior en las Fuerzas Armadas que se atreva a arrestar a un inferior por cumplir con su obligación. De ahí que presumo que alguien ordenó a los centinelas de «Las Turquillas» que se hicieran los distraídos. Los civiles que mandan sobre los militares no respetan las ordenanzas, entre otras razones, porque no conocen, ni quieren, ni respetan, ni admiran el concepto del deber de los soldados.

En el caso de «Las Turquillas» la chulería es reincidente. Y la reacción pasiva de la guardia también. Es cierto que con unos jueces que no procesan a quien asalta y roba en los supermercados e invade tierras y establecimientos que no son suyos, es muy complicado ordenar el cumplimiento estricto del deber . Si un soldado se atreve a disparar al aire para advertirle a un parlamentario autonómico que un paso más podría acarrearle un grave problema, lo más probable es que el soldado se convierta en el tramo más débil del entuerto. «Un soldado fascista dispara al aire y asusta a Gordillo», sería titular de los informativos de periódicos, agencias y cadenas de radio y televisión. Vendrían más tarde los ecologistas sandías. «El disparo al aire del soldado que asustó a Gordillo y sus compañeros, causante del fallecimiento de un mochuelo moteado que anidaba junto al Cuerpo de Guardia». Y al día siguiente, multitudinario entierro del mochuelo, con un fondo de banderas rojas y republicanas, con un representante de Amnistía Internacional y un enviado especial de la Internacional Ecologista. Y el soldado, por orden de la superioridad civil que impera sobre la militar, en el calabozo hasta que se demuestre que el mochuelo padecía de insuficiencias vasculares.

No. En un Estado de Derecho serio, el que induce al robo y asalta propiedades ajenas es detenido inmediatamente. Y si se prueban sus delitos, encerrado durante un tiempo en la pensión obligatoria del Estado. Lo que no es admisible es que el delincuente no sólo desprecie a la Justicia sino que anuncie su intención de delinquir de nuevo y cumpla con el anuncio. Me extraña la amabilidad de los centinelas. Y el escalofrío estercolado de determinados jueces. Y me asusta lo muy idiotas que somos para que nos hayamos acostumbrado a los despropósitos nuestros de cada día. En Francia, Gordillo estaría en chirona. Y en Cuba, muerto.