Pedro Narváez

La guerra o la vida

La Razón
La RazónLa Razón

El laberinto del azar ha unido en el tiempo el éxodo sentimental de Mas con una crisis humanitaria que deja el sueño independentista en una parodia de su propio chiste. La tierra prometida ahora es un lugar en el que si el catalán es lengua cooficial importa tanto como si el váter puede tener hilo musical. El gran estadista sólo aporta soluciones pequeñas de comunidad de vecinos ante el espejo roto de un drama global. Al lado de la frontera húngara, los aranceles de la república catalana se antojan un juego de papiroflexia en un campo de minas, un partido egocéntrico en la Liga de la solidaridad. Algo chiquitito. La Odisea está en Siria e Ítaca es Berlín, no Barcelona. Lo más parecido que el president encuentra en su tierra es el rodaje de «Juego de tronos». La política nacional es tan menuda que por el cataclismo se arrodilla como un junco ante la estupidez. Europa ha abierto sus fronteras como una presa cuando llueve demasiado. Pero no parece que pare este diluvio universal. O se actúa en Siria y en Irak o en la próxima Diada no serán los tanques de Morenés que tanto ansía el soberanismo los que desfilen por la Meridiana. Pasada la hora del lamento y la lágrima no parece que los españoles, y entre ellos los catalanes, caigan en la cuenta de que el desafío del continente no pasa por una tercera vía ni por los ímpetus declarativos de los llamados barones, por lo general políticos de vuelo bajo. Entre las decisiones que se han de tomar, la elección entre la guerra o la vida, aunque parezcan antagónicas. Todo lo demás es jugar a las casitas.