Enrique López
La historia se repite
Hace unos días, el ex presidente del Gobierno Felipe González dijo que en España estamos padeciendo una crisis institucional que galopa hacia la anarquía, lo cual, esperando que no pase de un mal presagio, no deja de ser un síntoma de una preocupación latente en la sociedad española. Es cierto que nuestras principales instituciones están sufriendo en la actualidad un fuerte descrédito, pero si echamos la vista atrás, en España hemos pasado épocas de esta naturaleza. Si leemos a Miguel de Unamuno, gran parte de su obra rezuma una profunda preocupación y un hondo dolor por lo que acontecía en su época. Analizó los males de España y la necesidad de una renovación espiritual, de nuevos ideales de vida para vencer la pereza y atonía españolas. «Me duele España –decía Unamuno–; ¡soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo». Si nos detenemos en los magníficos artículos de Larra, o los escritos de Joaquín Costa, o en las profundas reflexiones de Ortega y Gasset, observamos cómo eso que es su momento se denomino «el Ser de España o el Problema de España» es algo que nos acompaña durante mucho tiempo. En su momento se trató de un debate intelectual acerca de la identidad nacional española que surgió con el regeneracionismo de finales del siglo XIX, y coincidiendo con la aparición de los nacionalismos periféricos, confluye con el tópico de las dos Españas, una imagen muy descriptiva de la división violenta y el enfrentamiento fratricida como característica de la historia contemporánea de España. Hoy vivimos una gran crisis económica de la cual saldremos sin lugar a dudas, pero de forma paralela sufrimos una crisis institucional que algunos creen sin precedentes, aunque una mirada a nuestro pasado cuestiona esta afirmación. No me cabe duda de que estamos atravesando un periodo de fuertes turbulencias en nuestras instituciones, sobre las cuales se intenta forjar un descreimiento generalizado, comenzando por la Corona, los partidos políticos, los sindicatos, la banca, los medios de comunicación, etc. Mas esta crisis debe ser analizada con perspectiva y, sobre todo, comparando coyunturas. Es evidente que hoy no se cumple eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Por mucho que algunos intenten cuestionar la Corona y a su titular, su legitimación de ejercicio ha sido tan intensa que es muy difícil que sucesos como los que están aconteciendo puedan erosionarla en su esencia ni a la Institución ni al Monarca. Se encuentra tan vigorosa como siempre y con un futuro asegurado en la persona del Príncipe. Nuestra Constitución sigue tan vigente como el primer día, por mucho que algunos le concedan un iluso fin taumatúrgico a una posible reforma constitucional. Nuestro sistema de partidos, si lo comparamos con otros momentos históricos, o con otras países de nuestro entorno, sigue saliendo bien parado. Y así podía seguir una por una con todas las instituciones concernidas. Pero el problema no sólo radica en este proceso de deslegitimación, sino en la presencia de una serie de personajes en los escenarios públicos dedicados a jugar con fuego, poniendo en riesgo el propio sistema. Nuestro sistema democrático permite la defensa pública de cualquier ideología, salvo aquellas que cuestionan los derechos fundamentales esenciales, y además prohíbe el recurso a la violencia para su defensa. Esto es algo que todo el mundo debiera tener claro, no confundiendo el ejercicio del derecho a la crítica política y los derechos de manifestación y reunión con el ejercicio de vías violentas, puesto que concederles un mínimo de legitimación, o un mínimo de simpatía, es un error de efectos incalculables. Aunque para algunos sea políticamente incorrecto no puedo resistirme a traer a colación la ola de violencia anticlerical contra edificios e instituciones de la Iglesia Católica, ocurrida entre los días 10 y 13 de mayo de 1931 en España, pocas semanas después de haberse proclamado la República. Los disturbios comenzaron en Madrid durante la inauguración del Círculo Monárquico de la calle de Alcalá y rápidamente se extendieron por otras ciudades del sur y el levante peninsular. Ante ello, el ministro de la Gobernación, Miguel Maura, quiso desplegar a la Guardia Civil, pero sus compañeros de Gobierno, encabezados por el presidente Niceto Alcalá Zamora y por el ministro de la Guerra Manuel Azaña, se opusieron, reacios a emplear a las fuerzas de orden público contra el pueblo, y restando importancia a los hechos. Restarle importancia a este tipo de acontecimientos fue un lamentable error que se acabó pagando muy caro. Nuestras instituciones, a pesar de la situación actual, se encuentran en buen estado de salud para asumir y dar respuesta adecuada a acontecimientos de naturaleza violenta, y en ese inteligencia se debe estar, puesto que cualquier otra, nos llevaría por derroteros muy peligrosos. De ahí que no sean momentos estos para la frivolidad.
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