Manuel Coma

La humillación de Occidente

La diplomacia no hace milagros. Depende de lo que cada parte esté dispuesta a ceder y hasta dónde sea capaz de presionar o de resistir. Ya sabemos que Putin es fuerte en presiones y Occidente flojo en resistencias. Queremos a cualquier precio «paz para nuestro tiempo», como dijo Chamberlain tras apaciguar a Hitler en Múnich en 1938. Churchill le replicó proféticamente: «Pudo elegir entre guerra y deshonor, eligió el deshonor y tendrá la guerra».

Lo que se jugaba en las negociaciones del jueves 17 en Ginebra entre EE UU, Rusia, UE y Ucrania no era desde luego una guerra mundial y oculta lo que tiene de poco honroso en vaguedades y omisiones. Probablemente no sea más que un acto diplomático para salvarle la cara a la diplomacia como método. Que se aplique es ya otra historia. El cómo ha de hacerse no está dicho o no es factible. El cortísimo comunicado viene a establecer un canje entre desactivación de las protestas prorrusas en el este de Ucrania contra «proceso constitucional» a través de una amplísimo diálogo nacional. Los rusos no han conseguido ni siquiera la palabra «reforma» y han tenido que conformarse con dar por supuesto que del «amplísimo diálogo» han de obtener su objetivo de radical descentralización del país. Ucrania no puede obtener más de sus desganados protectores y gana tiempo hacia las elecciones del 25 de mayo.

En cuanto al abandono de los desafíos prorrusos contra Kiev, el futuro es verdaderamente negro. Los okupas armados de los edificios en el «oblast» de Donetsk ya han dicho que el acuerdo no va con ellos. Los mediadores que se tendrían que encargar de los trámites no existen: el acuerdo confía la tarea a una misión de la OSCE, que envía observadores a elecciones, no pacificadores a conflictos. Al tiempo que transcurría la reunión de Ginebra, Putin celebraba en Moscú su maratón televisivo anual respondiendo a llamadas de todo el país. Impertérrito, aprovechó para condenar al ilegal gobierno ucraniano por sus actos de violencia contra pacíficos manifestantes, recordó que sigue teniendo el derecho de intervenir militarmente para protegerlos, y negó toda relación con las espontáneas protestas, aunque por primera vez, reconoció lo que hasta ahora había negado: que sus militares sí habían intervenido en Crimea. Además dio una nueva vuelta de tuerca a sus reivindicaciones, y desenterró un nombre zarista para, más o menos, la zona conflictiva: Nueva Rusia. Así pues, Ucrania sigue como estaba, sólo que todavía bajo mayor presión para seguir permitiendo a Putin actuar en el este, con la misma amenaza de invasión, y el compromiso de iniciar un proceso de reforma constitucional que no satisfará a Moscú más que si deja al país en extrema debilidad y con sus vínculos con el Oeste bajo estricta supervisión del Kremlin. A las 24 horas, Moscú ya reinterpretó el documento en el sentido de que a quienes se refiere la entrega de armas no es a los prorrusos sino a los nacionalistas ucranianos. Rusia contaba, además, con que el papel de Ginebra sirva para desactivar nuevas sanciones, a cuya amenaza, también sólo un día después, Obama ha vuelto a recurrir. La extrema desfachatez con la que Putin niega la evidencia de que son sus agentes militares y de inteligencia los que promueven y sostienen las ocupaciones de edificios públicos en el Este plantea la cuestión de si humillar a Occidente alardeando su desprecio no será para él un objetivo todavía más importante que lo que se propone respecto a Ucrania. Sabe que no engaña a nadie y le proporciona popularidad. La respuesta más rotunda la ha recibido del nuevo comandante en jefe de la fuerzas de la OTAN. No puede hacer revelaciones basadas en datos de espionaje, pero ha dejado claro que los protagonistas de esos actos son profesionales bien adiestrados y disciplinados, organizados, desarrollando los mismos procedimientos que en Crimea, con las mismas armas. Su forma de actuar es impensable en milicias creadas hace pocos días o semanas. Por otro lado, los informes de Prensa sobre los civiles que apoyan a aquellos hablan de unas pocas docenas o un par de cientos. La inmensa mayoría de la población permanece pasiva, temerosa y harta.