José Antonio Álvarez Gundín
La letra pequeña
Detrás de los grandes números se escondía la letra pequeña. Decían que jugábamos en la Champions de la economía, que Francia ya sentía en su cogote el aliento de nuestro PIB y que a no mucho tardar podríamos ingresar en el G-7 con el prestigio de los caballeros de la Tabla Redonda. Hasta se hablaba del «milagro español» con cierta suficiencia. Pero detrás de los delirios de grandeza se agazapaban los detalles oscuros, el lenguaje arcano y la minúscula literatura de la estafa y el fraude, la materia prima con la que se redactaron millones de contratos hipotecarios, financieros o mercantiles. Estábamos todos tan embebidos en la fiesta que nadie se detuvo entonces a leer las cláusulas microscópicas y retorcidas. Se firmaba con premura y se sellaba con champán. Así colaron créditos con intereses de demora abusivos, plazos de desahucio leoninos, condiciones draconianas en caso de impago... Todo un compendio de las formas que puede adquirir la usura. Hoy es el llanto y el crujir de dientes, con miles de pequeños ahorradores estafados por las preferentes, con hipotecados aplastados por las «cláusulas suelo» que desconocían y con embargados que afrontan deudas para las tres próximas vidas. No sería justo culpar de forma indiscriminada a toda la banca, pues la más seria y solvente nunca abandonó las buenas prácticas ni traicionó el código ético del oficio. Han sido precisamente los bancos quebrados, los pésimamente gestionados, los que hoy acumulan el mayor número de denuncias. No obstante, cabe preguntarse dónde estaban el Banco de España, la CNMV y los incontables organismos cuya función era vigilar y controlar que el ciudadano no fuera estafado ni timado en ventanilla. Grave negligencia que ahora pagan cientos de miles de familias a un precio altísimo.
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