Alfonso Merlos
La ley del embudo
Lecciones vendo... Hay que reconocer que a Hernando se le ha pillado con el carrito del helado, a la panameña. Sus explicaciones han sido insuficientes, sus aclaraciones adolecen de falta de consistencia, sus matices no terminan de ser persuasivos. Lo que hay es lo que hay. Y, en el fondo, es un caso más de hipocresía socialista.
Porque los hechos revelados por LA RAZÓN no es que signifiquen la liquidación política del portavoz parlamentario. Ni mucho menos. Pero, sin embargo, revisten una cierta gravedad. Nunca lo han sido, pero hoy resultan menos válidos que nunca esos representantes para los que todo vale, que manejan el embudo con la boca grande o la pequeña según el escándalo les afecte a ellos o al adversario. El clásico doble rasero que, antes o después, termina por desacreditar al que lo emplea retratando su fariseísmo.
El aguerrido escudero de Pedro Sánchez está pagando ahora los platos rotos tras la operación de acoso y derribo (una campaña en toda regla) que su partido planteó hace unos días –¡y con ella sigue adelante!– contra Pujalte, Trillo o Conde. Y puede colegirse que quienes han salido a por lana han terminado trasquilados.
¡Qué se le va a hacer! La demagogia suele tener las patas muy cortas y es recomendable no recurrir a ella cuando el control de los medios de comunicación sobre el poder cumple con su auténtica función, y cuando la sociedad no perdona a un sólo «listillo» que haya sido puesto donde está por el valor de los sufragios.
Si hay un estatuto que regula las compatibilidades/incompatibilidades de sus señorías, respétese. Punto. No hace falta nada más –ni menos– para que quienes ocupan tan altas instituciones queden libres de sospechas y señalamientos.
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