Martín Prieto

La mala educación

Cuando comenzaron a filtrarse los primeros borradores constitucionales estableciendo el castellano como idioma oficial de toda España, el editor Jesús Polanco parpadeó incrédulo asegurando que en América no iban a entender nada. Allí, incluidos los EEUU, lo de «castellano» suena a dialecto de tribus amazónicas. Perdimos la oportunidad de asumir que en España es obligatorio conocer el español al margen de la cooficialidad de otras lenguas vernáculas. A la postre daría lo mismo porque la Constitución es un texto menos leído que las viejas guías telefónicas. La UNESCO amplió hace años sus baremos de alfabetización exigiendo a más del conocimiento del idioma propio y las cuatro reglas un entendimiento somero de las leyes por las que se rige el país de nacimiento o adopción, con lo que tras fracasar con el patriotismo constitucional hemos dado en el analfabetismo funcional. Había dos magníficos errores de apreciación en la historia: el ataque del 7º de Caballería del Coronel-General Custer sobre Little Big Horn y la carga de la Brigada Ligera en Balaclava sobre un tren de batir ruso. Ahora hay tres: el irascible independentismo de las huestes de Artur Mas que no hacen cuenta de la realidad y sus fracasos. Es melancolía suponer que nos hubiera ido mejor no transfiriendo las competencias educativas para que no se confunda la Diada con la Batalla de Las Navas de Tolosa, como no se transfiere la Defensa, pero eso ya es cosa arruinada. El ministro Wert, a quien le asiste toda la razón, debería haber previsto el irreductismo herido y sangrante del independentismo en rampa y la iracundia de la consejera de Enseñanza de Cataluña Irene Rigau, que no sabe que las señoras son las últimas en levantarse de la mesa. Un educando español escribe en una selectividad que «Napoleón tras ocupar España nombró a su primo Franco para que gobernara el país hasta su muerte». Para eso da igual que lo sepamos en catalán o en «castellano».