Independentismo

La mala leche de Quimi Portet

La Razón
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No sé a quién defenderían los equidistantes del derecho a decidir –¿a decidir qué?– como el ahora acojonado Pablo Iglesias: si al camarero, al trabajador humillado, o al músico que exige catalán en el desayuno como aceite en la tostada. ¿Aquí prima la lucha de clases o el hecho diferencial ? Dejémoslo en la estupidez. Una cosa es el respeto por todas las lenguas y otra el mal café del que fuera el último de la fila. Entre Ibiza y Formentera resulta que había un Nikel Farage en estado de desgracia, un Boris Johnson aún más tonto de lo que parecía, un supremacista eurófobo que engordaba el racismo que sufre el continente. Conocimos la anécdota porque el mal educado de Quimi presentó su denuncia en Twitter, su mayor error, un chivato universal que pedía la cabeza de un súbdito a modo de escarnio público, como un miembro de la Stasi, pero cuántas habrá de las que no nos enteramos o no queremos saber para que no nos amarguen el café. Entre Ibiza y Formentera también navega el odio, como en los autobuses de Reino Unido donde se oye «Jodida española, habla inglés» o «Polacos, fuera de aquí». Los nacionalismos acaban siempre en insulto. Hubo un tiempo que hasta en guerra. Hay mil maneras de tomar café, pero para ellos sólo existe la que se pronuncia en su idioma, subidos a la parra de la prepotencia o de la ignorancia. Tacita a tacita se construye un poso de melancolía y desprecio que podrían leer los brujos de la tribu. Está en su derecho el también llamado artista en ser todo lo independentista que desee, tatuarse en el cuerpo una estelada que traspase su estatura y su edad, los viejos rockeros nunca mueren, pero no en denigrar a un trabajador por muy «extranjero» que le parezca. Estos músicos de run run de radiofórmula son capaces de componer canciones sobre los refugiados y el maltrato de la raza humana a manos de unos esclavistas de capitalismo prostituido y enmudecer ante su propia tiranía. Entre Ibiza y Formentera también navega el clasismo. O eso parece. Esa manera de tratar al servicio como si sus miembros fueran criados del siglo XIX. Un camarero no puede errar. Si no conoce el significado de «cafè amb llet» no tiene una carencia sino un problema. Y eso que lo llaman trabajo precario. ¿Cuánto le paga la naviera que se apresuró a defender al músico? Si se tiene licenciatura musical, sin embargo, ese lugar en la burguesía de chichipú, no está mal destrozar el barco. Y así se entra en la leyenda de los mitos que se hacen más grandes cuanto más cafres y más denuncias acumulen en su historial rebelde. Por qué nos parecen tan mal las ocurrencias de Donald Trump si por aquí se despachan raciones absurdas de café sin que se nos desboque el pulso. ¿La cafeína deja dormir con la conciencia tranquila a Quimi Portet? La leche.