Enrique López
La mentira en política
Algunos dicen que la mentira y la política suelen caminar juntas, son compañeras de viaje y no se estorban. Creen que la acción política debe estar dirigida a mentir bien, buscando un principio de verdad que envuelva a la mentira. No es nuevo, el ejercicio de la mentira inspiró un magnífico libro publicado en el siglo XVIII por Jonathan Swift, muy conocido por sus viajes de GULLIVER. Se titulaba «El Arte de la Mentira Política», y decía que la mentira siempre crea desconfianza, distanciamiento, desasosiego, y esto, llevado a la política hace un gravísimo daño; aun así, estoy convencido de que cuando un político niega la evidencia siempre pierde credibilidad y votos, pero, a veces, esto ocurre a largo plazo. Algo así se ha producido en el exacerbado nacionalismo catalán. Lincoln definió la mentira política superando los límites morales, proponiendo una simple máxima práctica, entendía la mentira como aquello que puede ser desmentido por la realidad. «Es posible engañar a unos pocos todo el tiempo. Es posible engañar a todos un tiempo. Pero no es posible engañar a todos todo el tiempo». Y esto es lo que ha ocurrido en Cataluña. Algunos han confundido el silencio de una mayoría entendiéndolo como un asentimiento a sus falaces tesis, no dándose cuenta de que lo único que han hecho es abusar de la buena fe de la gente, unos porque se han creado la gran mentira y otros porque la han soportado, pero a la postre la máxima de Lincoln se impone. El problema es que mientras tanto han arrasado Cataluña, condenándola a estar fuera de la inversión extranjera y nacional durante mucho tiempo, han dividido a la sociedad a través de una traumática fractura, la cual ha penetrado en las propias familias, algo inaceptable. De las consecuencias legales de ello no puedo ni debo hablar, pero, aunque no existiera norma alguna que contemplara los supuestos de hecho acaecidos, el pecado moral es tan grave que la compunción les acompañará como una sombra toda su vida. En política casi todo, no todo, es defendible y por supuesto la reivindicación de independencia de un territorio también. Pero esto, además de hacerse respetando las reglas del juego y mediante vías democráticas, principio de legalidad y principio democrático, ha de hacerse con honestidad, y no sobre falacias y mentiras. Algunos, como decía Swift, piensan que «la mayoría de las personas son como alfileres: sus cabezas no son lo más importante» y se equivocan, porque a pesar del adoctrinamiento y de la imposición ideológica, la libertad del ser humano se impone a través de su inteligencia, que algunos parecen despreciar. Hannah Arend escribió una magnífico libro titulado « Verdad y Mentira en la Política», obra marcada por lo que ella denominó «el acontecimiento central de nuestro tiempo», –el ascenso del nazismo al poder en la Alemania de 1933–. Decía la filósofa que «la política se ha devaluado hasta el punto de que la hemos convertido en un mero oficio en el que la mentira, la falsificación o la demagogia se justifican para alcanzar el poder». ¡Qué próximas y actuales resuenan estas palabras!
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