Martín Prieto

La misión de censura destructiva

Nuestros constituyentes (incluidos socialistas y su izquierda) pusieron énfasis en que la moción de censura al Gobierno fuera «constructiva», aunque el adjetivo no aparezca en el texto de 1978. Al menos ha de proponerla un décimo de diputados, incluir un candidato a la presidencia (y por tanto un programa de gobierno y no solo la reconvención de un problema puntal), ganarse por mayoría absoluta de la Cámara y no volver a presentarse en el mismo periodo de sesiones. Se trataba de evitar un circo abusivo político-mediático y la transmutación del presidente legitimidado en las urnas o los pactos en un recurrente pin-pan-pum de Polichinela. Cuando a la gobernante Unión de Centro Democrático comenzaron a crujirle las cuadernas Felipe González y Alfonso Guerra decidieron una moción de censura «destructiva» contra Adolfo Suárez porque les urgieron prisas por gobernar y necesitaban agigantar se debilidad. Luego González desaprobó la posterior dimisión de Suárez, pero en su desánimo también influyó aquella moción, como puñalada de pícaro, que no mataba pero hería. La ulterior moción de Hernández Mancha contra un PSOE exultante no llegó ni a fuego de artificio: el fugaz y exótico líder de Alianza Popular se presentaba en actos políticos de blanco nuclear, canotier y bastón de bambú, sólo pretendía darse a conocer porque ni siquiera era diputado y creyó que la censura era un mitin en el Congreso. Hoy Pérez Rubalcaba para construir algo no puede ceñirse a Bárcenas o a los ERE de Andalucía, sino que tiene que explicarnos que pretende hacer detalladamente el PSOE, y sus abanderados palmeros de las monarquías cubana y norcoreana, con este país y en estos momentos. Es comprensible que el presidente Rajoy no quiera estornudos en la legislatura, pero resultaría divertido y pícaro que a las ínfulas de Rubalcaba replicara con una moción de confianza ante el Congreso. Rajoy se encuentra como la violada a la que la Policía exige dar explicaciones públicas sobre su vejación.