Restringido

La muerte de los pueblos

La Razón
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Se suceden los grandes debates electorales y en ellos no sale a relucir, siquiera de pasada, el problema del desequilibrio demográfico. Es descorazonador. A nadie parece importarle la muerte de los pueblos y el abandono del mundo rural por parte de los poderes públicos. Los políticos instalados y los que pretenden instalarse en el poder están mucho más preocupados por los devaneos secesionistas de Cataluña que por la existencia, cada vez más agudizada, de las «dos Españas»: la superpoblada de la periferia y Madrid, donde encuentran ellos el granero de votos y escaños, y la despoblada del interior. A ninguno de los que aspiran a gobernar le he oído que lleve en la cartera un plan integral sobre ordenación del territorio, que debería ser una de las principales misiones del Estado.

Por si fuera poco, a Ciudadanos, el más pinturero y urbanita de los nuevos partidos, no se le ha ocurrido nada mejor que suprimir a matarrasa siete mil de los ocho mil municipios españoles y acabar con la diputaciones, que los sostienen. O sea, la puntilla. En Soria, sin ir más lejos, que es mi tierra, sólo quedarían con este malhadado plan, tres ayuntamientos: la capital, Burgo de Osma y Almazán. Una muestra más de que sus promotores evitan los pueblos y no han pisado la tierra para no mancharse sus brillantes zapatos.

El caso de Soria es paradigmático. La provincia es un desierto demográfico. En toda su extensión –algo más de diez mil kilómetros cuadrados– no alberga ni cien mil habitantes censados, y el descenso continúa. No sólo pierden vecinos los pueblos sino también la capital y las cabeceras de comarca. Así que no es exagerado decir que Soria se muere y está amenazada de desaparecer como entidad administrativa. Pero eso a los candidatos a gobernar España les tiene sin cuidado. Soria padece a la vez las siete plagas: despoblación, envejecimiento, aislamiento, falta de comunicaciones, educación, sanidad y olvido industrial. Una clamorosa injusticia. Las Tierras Altas, donde está mi patria, que fueron próspera cabeza de la Mesta, son hoy un desolado cementerio de pueblos, con docenas de pueblos abandonados, donde no habrá elecciones el día 20, y otros muriéndose. La comarca alberga menos de dos habitantes por kilómetro cuadrado, bastante menos que Laponia o el Sáhara. ¿A qué van a ir allí los candidatos? Lo malo es que los problemas vienen de lejos y no han variado con los distintos gobiernos ni, a lo que se ve, llevan trazas de cambiar con los nuevos.