Cristina López Schlichting

La mujer coja

En una ciudad muy provinciana, una señora subía cojeando las escaleras de la catedral. Iba impecablemente ataviada y se movía con clase, como un galeón. Cuando me acerqué a ofrecerle el brazo, sacó el cuello de tortuga del escote y me dedicó una sonrisa: «No soy coja, hija, sólo lo aparento». Había heredado una fortuna y hecho un magnífico matrimonio, a pesar de ser la más fea de su círculo de amigas. «Me envidian tanto –aclaró–, que no me queda sino fingir que ando mal. Es la única forma de sobrevivir a la maledicencia». Me parece prudente la sobriedad extrema con que se anuncia la proclamación de Felipe VI. No habrá representantes de las casas reales ni jefes de Estado extranjeros, no habrá misa posterior ni se gastará un duro extra de los presupuestos. Hasta en la muy austera entronización de Felipe de Bélgica hubo desfile, concierto y fuegos artificiales por 600.000 euros. Y cuando la reina Beatriz de Holanda anunció su abdicación, Guillermo se hizo coronar con manto de armiño y Máxima, su esposa, llevaba una tiara de caerse de espaldas. A don Felipe lo despellejarían si anduviese esos caminos. No está el horno para bollos –con el paro y la crisis y los nacionalismos secesionistas y el de la coleta gritando por la república–, pero la extrema reducción de las ceremonias no se debe sólo a eso, sino al carácter nacional. Gran Bretaña ha repetido esta semana la ceremonia anual en la que la reina Isabel acude al Parlamento en carroza dorada, con manto rojo interminable y corona de diamantes del tamaño de un taburete de baño y se sienta en mitad de laboristas y «tories», encantados todos. Repito lo de «anual»: lo hacen año tras año. Dudo mucho que el despliegue cueste gran cosa –al fin y al cabo la capa y el carruaje son del patrimonio–, pero lo que Londres reclama con estos gestos es su grandeza institucional. Es verdad que los ingleses disfrutan muchísimo con estas tonterías, pero también que meditan los gestos calculando el impacto internacional. Es una forma de sacar pecho, no demasiado alejada de los desfiles militares del Kremlin o los funerales de Chávez. En España, semejantes intentos publicitarios están perseguidos. Seamos sinceros, no sólo las duras circunstancias, sino la idiosincrasia nacional, aconsejan que la entronización sea sin trono, la coronación sin corona y, si es posible, la proclamación del nuevo Rey, sin Monarca. ¿Recuerdan lo de la mujer del César, que debe parecerlo además de serlo? En España, cuanto más coja la mujer, mejor.