Rosetta Forner
La otra cara del virus
El miedo va por libre, desconoce las fronteras, no sabe de horarios. Es un arma de destrucción masiva, tremendamente poderosa. Es un asesino silencioso que no deja huella al matar desde dentro. Cada persona lo siente en lo íntimo de su ser, sin que otro, por cerca que esté, pueda llegar a apercibirse de ello excepto que le mire a los ojos, y sea capaz de empatizar con su alma. Desafortunadamente, al miedo se le suele unir el fanatismo propio de las reacciones contrafóbicas: es la reacción paradigmática del KuKux clan, esto es, se decide un enemigo falso y externo al que atacar, y con el cual hacer catarsis. Ergo, la gente considera que si mata al perro, se acabó la rabia. Sin embargo, ni con el ébola, ni con cualquier otro virus, la solución es adoptar el miedo como instrumento de relación entre las personas. Cuando la otra cara del virus contamina el ambiente, el pánico entra en escena y campa a sus anchas, y en una comunidad se aísla a los individuos por ser portadores de tal o cual virus, aunque éste esté latente, desatendiendo el hecho de que, a quien se aísla en nombre del mal, es a un ser humano. Se nos enseña a temer pero no a fabricar en nosotros el antídoto. Somos una sociedad atemorizada a consecuencia de hacer proselitismo del miedo. Cuando nos alimentamos de miedo, nuestras defensas se vienen abajo, se nos debilita el corazón. Cierto es que nuestros cuerpos físicos no son eternos. Empero, si nos alimentásemos de amor, usaríamos la compasión para relacionarnos entre nosotros, y los virus no ganarían la batalla (factor psicosomático). La mente es una herramienta muy poderosa, somos aquello que creemos: nos contaminamos desde dentro, no desde fuera. Por eso el mejor antídoto es el amor, que fabrica confianza, y con ésta se elabora ese tipo de compasión que alberga el alma de misioneros, médicos y todo aquel que ayuda con amor. Más amor, valentía y menos pánico, porque no hay mejor vacuna contra el fanatismo que el amor en estado humano.
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