Julián Redondo
La palabra
A Simeone no le sacan ni los geos del partido a partido; a Zidane no le pillan en un renuncio ni con un tercer grado de preguntas trampas con Hoover al frente del interrogatorio. El rojiblanco acaricia la idea de protagonizar el primer título del Atlético en «Champions», pero lo oculta, como escondía la posibilidad de levantar una Liga al Real Madrid y al Barcelona. El blanco huye de las polémicas como el gato escaldado del agua fría: «¿Benítez? Allá él». Pablo Laso, en cambio, ha afeado a Rafa la conducta. No son metijones Zidane y Simeone y, de momento, el francés no ha pisado un charco; el argentino, alguno sí, como cuando advirtió el pasado verano de que veía la Liga «peligrosamente preparada para el Madrid». Lleva camino de patinar al estilo Caparrós, que afirmó que el Atlético ascendería por decreto y se quedó en Segunda otro año.
En las entrevistas y en la sala de prensa hay que tener más cuidado que en el bar después de dos carajillos y un gintonic. Todo queda grabado o filmado o escrito, o ambas cosas. Y adquiere un efecto viral instantáneo si la manifestación de un astro afecta a otro. Neymar acaba de declararse admirador incondicional de Cristiano Ronaldo. Le gustaría tenerle de compañero en el Barça. «Soy un fan suyo», admite. La declaración es deportiva, elegante y, posiblemente, sincera. Pero descuida, «Ney», que aparecerá algún tonto a las tres y te afeará la conducta en la red habitual. De ahí, la reflexión de Umberto Eco (qepd): «El fenómeno de Twitter es por una parte positivo, pensemos en China o en Erdogan. Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con internet, porque la noticia se habría difundido viralmente. Pero por otra parte, da derecho de palabra a legiones de imbéciles».
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