Martín Prieto
La programación
Tierno Galván, que estará riéndose en su nube, de la Alcaldesa y su grey de pulgarcitos, comentaba en sus peripatesis nocturnas a Francisco Umbral que los programas electorales se redactaban para no cumplirlos, y se jactaba de no haber leído el del Partido Socialista, ni falta que le hizo. El Viejo Profesor era un cínico (escuela filosófica de la Grecia Clásica, y no el epíteto) y entendía que hacer política era navegar sobre circunstancias permanentemente cambiantes. Felipe González se ponía enfermo cuando le recordabas su promesa de 800.000 puestos de trabajo en su primera legislatura, que acabó, exactamente, con otros ochocientos mil desempleados de más. La necesaria reconversión industrial y malos vientos económicos no concilian la felicidad. Felipe abominaba de quien le metió esa cifra en su programa. El bueno de Julio Anguita repetía su mantra de programa-programa-programa ajeno en su comunismo utópico o fantástico que el barril de petróleo se puede poner a 120 dólares o que «Lheman Brothers» puede anegar los mercados financieros con paquetes de hipotecas basura. El primer buen paso que dio Mariano Rajoy fue contraprogramarse subiendo los impuestos como primera línea de defensa contra el rescate europeo, y de no haberse desdecido hoy estaríamos llorando fados como los portugueses. El programa electoral no es un contrato público ante notario sino un «...a ver si podemos hacer esto» y se suple la biografía por la telegenia, haciéndose propuestas de Peter Pan. Esta es la campaña electoral más abducida por la televisión (están en su derecho), mañana, tarde, noche y trasnoche, y desde que bajó la prima de riesgo, hasta el punto que los partidos emergentes son catódicos. La radio y, especialmente la Prensa escrita, facilitan la reflexión, establecen una distancia crítica entre el emisor y el receptor, pero la televisión es un medio tan caliente que no permite otra actividad que su seguimiento mansueto. No se puede hacer calceta bajo la hipnosis del aparato en el que hay presentadores que dan las noticias a los gritos como si retrasmitieran un partido de fútbol. Así los programas electorales han devenido en programación televisiva. Los bueno propósitos, y también la demagogia, han pasado a la parrilla, a la escaleta. Y, por añadidura, con excesiva toma de posición ante cada candidato, lo cual es libre pero escasamente deontológico en servicios públicos. Han disminuido sensiblemente los mítines, la cartelería y el buzoneo, y Rajoy ha estado inteligente sosteniendo el bipartidismo electoral en los debates sustituyéndolos por baños de multitud.
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