Política

Pilar Ferrer

La Reina, el mejor apoyo

La Reina, el mejor apoyo
La Reina, el mejor apoyolarazon

Nunca como hasta ahora, en momentos tan delicados, ha brillado con luz propia la Reina de España. Más allá de todo lo escrito sobre ella, a veces opiniones muy lejanas de su verdadera personalidad, la figura de doña Sofía emerge como imbatible estandarte de la Corona. Véase la imagen de esos dos recientes besos, tan simbólicos: Uno, a la bandera española durante un acto castrense en Cádiz. Otro, hacia su esposo el Rey, a las puertas de la Zarzuela. Ambos reflejan la fuerza y el sentido de Estado de una mujer ante los deberes de su vida. El servicio al país, valiente y sin tapujos, frente a devaneos políticos. La presencia junto al esposo, alicaído de salud, pero firme en su puesto, por encima de intrigas personales, a las que siempre, educada desde la cuna, dio la espalda como una gran señora.

Muchos presumen de conocer en verdad a la Reina. Tal vez, yerran por completo. Pero quienes durante tantos años hemos compartido con ella muchos viajes y eventos, podemos dar fe de algo innato: su Majestad, entendida como impasible en su papel, nada fácil a veces junto a una personalidad borbónica, como la de Don Juan Carlos, tan diferente a la suya. Difícil olvidar aquel primer viaje de los Reyes a Estados Unidos, bajo el mandato de Gerald Ford, cuando su esposa Betty era ya presa del alcoholismo, y doña Sofía, con sutileza, batutó la cena diplomática con maestría. O la estancia en Yakarta, capital de Indonesia, en la que algunos periodistas extranjeros le preguntaban por el éxito personal del Rey con las mujeres. Con qué elegancia nos llamo a un grupo de informadores españoles y nos dijo con ironía: «Los hombres son hombres». Y se marcó un abrazo con Don Juan Carlos en el brindis oficial.

Personalmente, nunca olvidaré dos anécdotas con la Reina. En octubre de 1980, la localidad vasca de Ortuella amaneció bajo una horrible tragedia de cincuenta niños muertos. Eran años durísimos, salpicados por el terrorismo, y tanto el Rey como los servicios de Seguridad le desaconsejaron acudir. A nadie hizo caso, y allí viajó antes de saber que el origen del magnicidio era una explosión de gas. En el año 2006, la erupción del volcán colombiano Nevado del Ruiz provocó una auténtica masacre, con aquella patética imagen de la niña Omaira Sánchez, sepultada bajo la lava pantanosa. Allí estuvo Doña Sofía, como en tantas otras ocasiones que ella nunca quiso divulgar a los medios. Disciplinada y fiel, pero también con sus armas de mujer a flote, no se olvidará su viaje a la India, con los tres infantes, tras una buena gresca conyugal con don Juan Carlos. A su regreso, recuerdo bien lo que me dijo durante un acto en Zarzuela: «Matrimonio que no discute, matrimonio que no persiste».

Profundamente enamorada de Don Juan Carlos, y de convicciones religiosas arraigadas, también sus hijos le dieron sus disgustos. Pero ni el divorcio de la Infanta Elena, ni el escándalo Urdangarín, ni las a veces inexplicables conductas de Letizia, ni los rumores personales sobre el Rey, han quebrado su señorío. Y mucho menos, las enrevesadas circunstancias políticas actuales, que ponen en entredicho el prestigio de la Monarquía. Como mujer, ha sufrido en silencio. Pero como Reina, no lo ha demostrado jamás. Ella es, en estos momentos, el mejor estandarte de la Institución. Algo que aprendió de su antepasada, la Reina Victoria, matriarca del Imperio Británico: «Los problemas de Estado, me crecen. Las trivialidades, las ignoro».

Atraviesa el Rey momentos frágiles, pero la Reina está a su lado, como garante de la mayor estabilidad para la Corona de España, por encima de todo. Una vez, el general Sabino Fernández Campo, la verdadera sombra del Rey y de tantas cosas, me la definió al dedillo: Regia, por sus genes. Soberana, porque tiene su carácter, aunque siempre junto al Rey. Y gran mujer, como madre, esposa y cómplice en silencio. Ésta es la Reina. Dicho queda.