Martín Prieto
La resistible ascensión de Ada Colau
Bajo el Gobierno de Rodríguez Zapatero, el parque de viviendas vacías sin ofertarse en alquiler era desproporcionado, no movía dinero ni proporcionaba rentas y ayudaba al engorde de la burbuja inmobiliaria. La causa residía en que desalojar a un okupa podía llevar años y que un proceso judicial de desahucio por impago se perdía en la noche de los tiempos. Carme Chacón, en breve paso por Vivienda antes de acceder a Defensa, tomó una decisión inteligente: acelerar los procesos de desahucios, dar más garantías a los propietarios y desbloquear el mercado del alquiler. Nunca la izquierda de todo a cien le recordó a Zapatero aquella decisión pero fue el comienzo de la resistible ascensión de Ada Colau, una activista en busca de una causa. Desahucios ha habido siempre; desde comercios o talleres a residencias de 500 metros cuadrados, pero el Movimiento de la catalana puso el foco en familias cargadas de churumbeles o impedidos y usando con arte (fue fugazmente actriz de culebrones) las televisoras y los escraches importados de Argentina. Sin carisma ni dotes oratorias, con la Universidad colgada, sin soluciones sociopolíticas realistas (que las hay) y hasta sin partido, Colau ha pasado en cinco años de la Eva Perón de los sin techo a alcaldesa de Barcelona. Simple profesional del activismo, como reconoce ella misma, se le desconoce la más ínfima experiencia en gestionar un puesto de altramuces, pero todos los votos son agua bendita. Abandonada la palanca del desahucio, que no daba para más, no se sabe dónde milita la futura alcaldesa: en unas primarias a la búlgara con ella como única candidata preside un conglomerado de agrupaciones coaligadas bajo Barcelona en Comú que acoge una sopa de letras desde Esquerra Unida a los comunistas rojos y verdes, el Proces Constituent, Equo o, indefectiblemente, Podemos, como madrastra de Blancanieves. Pese a tan fundamental cargo electo, la alcaldesa no tiene carriles para sustraerse al peso específico de Pablo Iglesias. Lo que ocurra con la Ciudad Condal es un misterio insondable, teniendo en cuenta que doña Ada ha propuesto que Barcelona emita moneda, disparate en el que no hubiera caído un bedel del Ayuntamiento. El peligro no es que Grecia salga del euro, sino que lo haga Barcelona. La derrota que estos legítimamente enojados han infligido a Convergencia i Unió no ha sido por su independentismo, sino por su condición de una de las derechas más reaccionarias de España. Trias era malo, pero la emisora de billetes mueve al pánico.
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