Víctimas del Terrorismo
La sociedad civil frente al terrorismo
En su estudio sobre los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt observó que, bajo la amenaza de la violencia, la mayor parte de los individuos escurren el bulto, se muestran sumisos ante quienes la ejercen y tratan de pasar desapercibidos, dando así una apariencia de apoyo social a las organizaciones o partidos que lo promueven. Sin embargo, añade Arendt, en ese mismo marco siempre hay algunos individuos que no se doblegan y que toman sobre sus hombros la penosa tarea de oponerse a los violentos, aun a riesgo de sus propias vidas. La filósofa alemana comenta también que son estas personas las que, pese a todo, le hacen albergar alguna esperanza sobre el porvenir de la humanidad.
He recordado ese pasaje muchas veces en estas semanas en las que hemos conmemorado los acontecimientos de hace dos décadas con respecto a ETA: la liberación de Ortega Lara, por una parte, y el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, por otra. De esos hechos –y de otros precedentes que no tuvieron tanto vuelo– emergió eso que se denominó como espíritu de Ermua y que fue la chispa que prendió, por una parte, el reagrupamiento del nacionalismo en torno al proyecto independentista –con el pacto de Lizarra y el ulterior Plan Ibarretxe–, y por otra, el giro de la política antiterrorista desde la doctrina del final negociado hacia la de la derrota de ETA –que se plasmaría en un Pacto por las Libertades de duración limitada, pues Zapatero se encargó de torpedearlo al acceder al gobierno–. Tanto el independentismo como ETA fueron vencidos en la década siguiente a aquellos hechos y, en su abatimiento, tuvieron un papel relevante unos cuantos individuos que no se doblegaron y que alcanzaron, con mejor o peor fortuna, a movilizar a la sociedad civil para hacer visible su descontento. Yo formé parte de aquello desde el Foro Ermua y la Fundación para la Libertad; y cuando repaso la nómina de los que, en uno u otro sitio, movimos el cotarro apenas cuento unas decenas, tal vez un centenar, de nombres. Casi todos ellos son completamente anónimos y sólo unos pocos hemos llegado a ser públicamente conocidos, aunque nuestro mérito no se distinga en nada del de los demás. Y anónimos fueron también los que nos apoyaron con su presencia –o con su dinero– en los múltiples actos de protesta que organizamos. Ahora, según nos muestra un estudio elaborado por el equipo del Euskobarómetro, sabemos que apenas un siete por ciento de los vascos se movilizó intensamente contra ETA, lo que suma unas 125.000 personas. No está mal, esa es la sociedad civil que se hace a veces visible y que alienta a la humanidad, pero no es la mayoría de la sociedad.
Hoy en día nos enfrentamos a un nuevo avance del totalitarismo bajo la amenaza de la yihad terrorista. Pero ni siquiera atisbamos la menor movilización frente a ella. Alguien tendrá que recoger los rescoldos que otros dejamos apenas encendidos.
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