España

La victoria

La Razón
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Uno de los asuntos más debatidos y controvertidos en el sistema electoral español es si debe gobernar la lista más votada o es mejor acudir al sistema de acuerdos, postelectorales, para elegir gobiernos.

España goza de un sistema en el que la representación en las instituciones se obtiene a una vuelta en las elecciones. En ese contexto, el PP critica cuando otras fuerzas políticas pactan y se aseguran una mayoría en las instituciones. El mensaje de los populares a sus electores siempre es el de que se debe aglutinar el voto conservador para lograr mayoría absoluta e impedir que gobierne la izquierda.

Evidentemente, si las elecciones españolas fuesen a dos vueltas, como en otros países, el voto se concentraría en torno a dos candidaturas y, probablemente, el Partido Popular aglutinaría el voto conservador y el Partido Socialista las papeletas progresistas, con permiso de los partidos emergentes, claro está.

Hasta este momento, en el Partido Popular nunca habían celebrado elecciones primarias. El hecho de ser los últimos tiene el inconveniente de que son noveles e inexpertos, pero la ventaja de que les ha permitido diseñar un sistema que incorpora las preferencias electorales del Partido Popular, al tiempo que pretende evitar experiencias poco satisfactorias de otros partidos.

El PSOE se vio en una tesitura en la elección interna que ganó el presidente Zapatero. Justo las horas previas a la primera votación, los candidatos debieron pactar si iban a dos vueltas o a una. Finalmente, acordaron hacerlo a una sola y la diferencia entre los candidatos fue de 9 votos. Si hubiese habido dos vueltas, es posible que la historia de España hubiese sido otra.

Los populares optaron por un sistema de dos vueltas, con el que se aseguran que, cuando nadie tenga mayoría absoluta, el triunfador cuente con el respaldo mayoritario de la organización.

Pero la Sra. Sáenz de Santamaría ha preferido obviar estas razones de calado y ha desempolvado el discurso de la lista más votada que intenta ser más efectista. Lo ha convertido en el eje central de su estrategia para reivindicar que su victoria del pasado jueves debe convertirse en una victoria con los compromisarios.

Pero la eficacia de esta táctica no es tan evidente porque la experiencia demuestra que los electores miden las victorias con otros parámetros que no son solo los votos obtenidos. Así, por ejemplo, el resultado del Sr. Casado, que no era favorito ni mucho menos, le ha otorgado el título de ganador moral y se ha convertido en el protagonista de todo el proceso en las últimas horas.

Otra cosa diferente hubiese sido que la Sra. Sáenz de Santamaría hubiese obtenido el 44 o 45% de los votos, sería la vencedora indiscutible. Pero, con una distancia de unos centenares de votos respecto a su oponente y la Sra. Cospedal, que obtuvo la cuarta parte de los votos emitidos, es un resultado muy justito para quien ha tenido todo el poder del Gobierno.

Además, con un nivel de participación tan escaso como el que ha habido, en el que más de 700.000 presuntos afiliados no han ido a votar, el argumento languidece, porque legitimarse con el 37 por ciento de menos del 10 por ciento del total de afiliados de esa organización es un poco forzado.

En un proceso como este, el candidato finalmente elegido suele incorporar algunas reivindicaciones de las opciones minoritarias que no pueden ser barridas de un plumazo en el momento en que son descartadas de la segunda vuelta.

No han llegado a la final las dos favoritas, solamente una, pero es posible que la Sra. Cospedal tenga más influencia en el resultado final que si fuese aún candidata, son cosas de la política.