Manuel Coma
Las claves del fenómeno Trump
Trump es un fenómeno atrayendo la atención sobre sí mismo y manteniéndose en el centro de la actualidad y ese es el fenómeno Trump. La cuestión es si se trata de algo pasajero o va a dejar huella. Lo primero sigue discutiéndose, pero por encima de la masa de admiradores nadie lo ve como presidenciable y por tanto «candidatable». Lo segundo tiene cada vez más probabilidad. No es tanto el impacto que cause como los cambios profundos en la base del sistema americano que «el Donald» representa (así lo llaman «The Donald», en una expresión tan insólita en inglés como él mismo). Los juveniles amoríos de verano no suelen convertirse en compromisos en el invierno. Así suele suceder en la política americana con el tirón popular de algunos aspirantes a la candidatura el año anterior a las elecciones, meses antes de que comiencen las primarias.
Muy pocos en España podrán acordarse de los nombres que encabezaron el pelotón en el 2011 e incluso pelearon duro por el nombramiento en la primera mitad del 12. Lo que pasa con Trump es que sigue creciendo en las encuestas, robándole el oxígeno a otros más cualificados, cuando el verano se acerca a su fin. El opulento y rimbombante multimillonario, hombre, y fortuna, hechos a sí mismo, es el candidato marginal por excelencia. Su historia política es cero y sus modos y maneras son abiertamente anticonvencionales. Esa es la clave de su éxito. Decir lo primero que se le viene a la boca, por políticamente incorrecto que sea. Eso es lo que admira a sus seguidores, hartos de tanto convencionalismo. Dice lo que piensa, es sincero, no se anda con chiquitas, no calibra minuciosamente cada palabra, como los políticos al uso. Más bien todo lo contrario. Lo malo es que hay sinceridades que dan asco y que el mal gusto no sólo existe sino que tiene amplia clientela. El fenómeno Trump no es ajeno, al menos en cierto estilo, al populismo que estamos conociendo en España e incluso, en contenidos, a otros que florecen por Europa, aunque a quien más recuerda es al ínclito Jesús Gil y su efímero partido, el G.I.L.
El «stablishment» del partido, a quien su electorado suele finalmente someterse a la hora de la verdad, contempla el fenómeno con una mezcla de incredulidad, horror y una pizca de delicia. La barahúnda que «el Donald» ha organizado ha expandido la base del partido. 24 millones de espectadores del debate entre los diez aspirantes republicanos de primera división el pasado 6 de agosto dobla el récord histórico de los demócratas.
La esperanza es que no todo fue Trump. El debate entre los 7 de segunda fila (medidos por los resultados en las encuestas de opinión) varias horas antes, fuera del «prime time», fue también un récord absoluto. Eso es lo que necesitan los republicanos para ganar. No tanto atraer votos regularmente demócratas sino conseguir que más simpatizantes suyos acudan a votar. Lo mismo les sucede a los rivales. Con una oleada de participación republicana ganó Bush el segundo mandato en el 2004 y Obama su primero en el ‘08. En el ‘12 Obama perdió 3,5 millones de votos, pero Romney sólo ganó un millón respeto a McCain en el ‘08. No fue suficiente para ganar.
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