César Lumbreras
Las fiestas patronales
Estamos metidos de lleno en el «finde» por excelencia del año, que, en 2016, se ha convertido en puente por los avatares del calendario. El que puede está en la playa, la montaña o en las fiestas patronales del pueblo en el que ha nacido o del que procede la familia. Los que sólo se dejen caer por allí en estas fechas, o en alguna otra señalada, se pueden llevar una idea equivocada de cómo se encuentran las pequeñas y medianas localidades que salpican la geografía de nuestro país. En este ecuador agosteño se celebran las Fiestas de la Virgen, San Roque y El Perro, detalle este último a no olvidar, y las calles de los pueblos se llenan de bullicio y algarabía, presentes en ellas desde principios de verano, con la vuelta de los estudiantes, y que se intensifican con la llegada de los veraneantes a principios de este mes. Sin embargo, esa no es la realidad de cada día, una vez que el verano se acaba.
Para conocer la situación de verdad hay que volver a ellos en cualquier otra época del año, que no coincida con un nuevo periodo vacacional y a ser posible entre semana. En los más pequeños, que son muchos en número, resultará difícil encontrarse con alguien por las calles y, si existe esa suerte, será de una edad avanzada; lo contrario, es decir, ver a una persona joven, sería casi un milagro. Esa es la realidad que no se ve y que tampoco tienen en cuenta, ni el conjunto de la sociedad, ni los partidos políticos cuando elaboran sus programas electorales y se olvidan con más frecuencia de la deseada de las dificultades de la vida en el medio rural. El problema es doble: por un lado, el despoblamiento de la mayor parte del territorio español; por otro, el envejecimiento de sus habitantes y la muerte, poco a poco, de esos pueblos que, por el contrario, estos días bullen de alegría a golpe de festejos de todo tipo y de la música de las verbenas.
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