Restringido

Las moscas

Con el calor salen las moscas. Nadie sabe de dónde vienen, dónde estaba escondida la larva o la pupa, pero un día descubres a una volando a tu alrededor en la mesa de la cocina, en el pasillo, en el salón, en la ventana del cuarto, en la entrada de la casa o en la pantalla del ordenador. Pronto llegarán todas. Las moscas te siguen, a partir de entonces, a todas partes: a la calle, al autobús, al supermercado, a la barra del bar, a la consulta del dentista y, por supuesto, al baño. No te librarás de ellas, hagas lo que hagas. Son tan persistentes y agobiantes como la publicidad o la política. «¡Basura en el suelo, moscas en la casa!, que dice la canción de Shakira. En los pueblos, cuando aún había animales en los bajos de las casas y los perros andaban sueltos por la calle y el ciemo humeaba en los corrales, el verano era un enjambre rumoroso de moscas, que lo invadía todo. El burro familiar se dedicaba a espantarlas sin parar con el rabo. La señal inequívoca de que un hombre se había hecho viejo era que las moscas acudían a posársele en la bragueta. Desde que la ciudad se ha ido apoderando de los pueblos, liquidando poco a poco la milenaria cultura rural, a base de coches e insecticidas, las primeras que han sufrido las consecuencias son justamente las moscas, que tanto amaba Machado: «Vosotras, las familiares,/ inevitables golosas, / vosotras, moscas vulgares / me evocáis todas las cosas». A mí me evocan estos días a los políticos en campaña. Como ellas, están en todas partes. Imposible librarse de ellos. La campaña dura lo que la vida de una mosca: dos o tres semanas; pero se hace eterna. De pronto todos son buenos, todos renuncian a la porquería, todos proponen limpiar la calle y los despachos, empezando por Andalucía, que hoy es un hervidero de moscas vulgares y golosas en torno a Susana Díaz. ¡Qué revuelos! Y me recuerdan inevitablemente aquello de Ortega: «En política, vivir al día es casi inevitablemente morir al atardecer como las moscas efímeras».