Julián Redondo

Las siete vidas del «Flaco»

La Razón
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Fumaba como un carretero. Aprovechaba el descanso para encender un cilindrín. Jugaba, encandilaba con su fútbol, impartía docencia en cada partido, incluso se atrevía a dar instrucciones al árbitro, y echaba humo. El oficio de entrenador le generó una necesidad superior de nicotina, es lo que tiene el banquillo, que provoca ansiedad y sitúa al más templado al borde del infarto... A Cruyff, si le avisó, no lo dijo; pero le dio y después de ganar la batalla en el quirófano cambió los cigarrillos por los chupa-chups y, como Telly Savalas en Kojak, contribuyó a la promoción de este caramelo español mientras ganaba en salud.

«El Flaco» fue un jugador genial y un entrenador que buscó el espectáculo por encima de todas las cosas. Con el «Dream Team» ganó la Copa de Europa y cuatro ligas consecutivas, dos con ayuda del Tenerife en el último suspiro y una tercera al decidir el penalti que no transformó Djukic. El gran perjudicado, el Madrid. De aquellos incipientes «clásicos» quedaron sendos 5-0, uno a favor de cada equipo; resultados que alimentaron leyendas por los siglos de los siglos.

Pero ni este texto es un epitafio ni mucho menos una hagiografía: Cruyff vive y tampoco ha sido un santo, al menos para Sandro Rosell. Mientras entrenó, consiguió imprimir un estilo al Barcelona, como antes al Ajax, y aprovechó las semillas que Laureano Ruiz sembró en La Masía para hacer escuela.

Propició una idea atractiva del fútbol, control y ataque, que Guardiola llevó a la quintaesencia. Johan Cruyff no ha podido quitarse nunca de encima el sello del triunfador; por eso, ahora que se enfrenta a un cáncer de pulmón, no hay que dejar de pensar en que puede vencerlo, porque «El Flaco» tiene siete vidas.