Sevilla
Letra a un escéptico
Al ser humano más escéptico, a aquella persona que duda de todo y a quien Santa Lucía le guarde eternamente la sospecha, habría que insistirle sobre el caso de los vehículos de Cabify quemados en Sevilla, última barrabasada de la mafia del sector del taxi hispalense que nadie quiere de verdad creerse. Es a ese mismo género de personas al que habría que convencerlo de que el rey no sólo está desnudo, sino que nunca se vistió (ya no hay paños como los de antes), de que nada es nuevo, sólo son vacíos de la memoria, que los mangantes de los ayuntamientos son sólo innumerables notas al pie de la página o de que hay concejales que se parten el pecho por una etimología o por una silenciosa partida de ajedrez, que diría aquél. Al desconfiado habría que recordarle que hay ministros que no saben hacer la «o» con un canuto por mucho que su voz haga el canuto con la «o», que hay más coches oficiales que cargos y más cargas que coches, que de nada sirve llegar en hora a la foto si no hay quien haya convertido los carruajes en calabazas y las fantasías en horas trabajadas para la estadística. Al incrédulo habría que reiterarle que en la sanidad la fiesta se ha sumido en una gran siesta entre laureles y que a la educación le urge, más que un perejil, todas las especias reunidas. Que a Caperucita la engulló el lobo, que es un hombre para el lobo, y que a los dragones en verano les apetece comer carne de elefante, según sostenía Plinio. Al descreído sería conveniente recordarle que el pez grande sigue comiéndose al chico y que se han cagado en Montesquieu, Locke, Rousseau, Hamilton y en su separación de poderes, como ha sido costumbre. Al escéptico quizá habría que rememorarle las cuatro edades del hombre. Y que quemar coches es de películas de Hollywood.
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