Ángela Vallvey
Levedad
Antiguamente –quiero decir hasta hace seis años, o así– la mayoría de las simplezas, bobadas, sandeces, necedades y burradas que pensábamos, permanecían en nuestro interior. La vida es corta pero, aún así, al ser humano le da tiempo a hilar muchas majaderías. Antaño vivíamos libres de todo ese ruido. Se quedaba en el limbo de la intimidad, del silencio que convierte el pudor en un elemento imprescindible de una vida desprovista de ridículo. Todos llevamos dentro a una copia de nosotros mismos que está dormida, y que cultiva la sandez como si fuera una orquídea, el disparate sin sentido del sueño, el inconsciente desatado de una mente apagada, en el taller de reparaciones del amodorramiento. El sopor que induce al coma de la lógica. Hace años –mucho menos tiempo de lo que imaginamos–, publicar una «carta al director» en un periódico, era una hazaña. Quien la lograba, se paseaba por su pueblo con un ejemplar bajo el brazo, enseñándolo y dándose pisto incluso delante de los becerros. Había que pasar muchos filtros para obtener el merecimiento de ver publicada una misiva en un diario. En una «carta al director» publicada no cabían la incorrección, el improperio, la falta de ortografía, la asnada vanidosa y fatua que hoy rebosan de algunos «comentarios a pie de noticia» que en las ediciones digitales han sustituido a las antiguas «cartas al director». Actualmente se equiparan comentarios y noticias en orden de importancia dentro de la publicación.
Pero, facilitar el acceso a publicar manifestaciones particulares en un periódico, también ha supuesto abrir la puerta a la Ignorancia, la hija del dios Pan, que diría Erasmo, una encantadora ninfa especialista en decir tontadas. Además, la Ignorancia se ha vuelto orgullosa. Retroalimentada por su éxito clamoroso, la Ignorancia ha empezado a campar por sus respetos. Es la sumisión colectiva, rendida, unánime, ante la idiotez manifiesta. Lo que antaño permanecía oculto, ahora sale fuera, se hace visible, público. La bobada se ha vuelto ama y señora del cotarro. La nadería integral, la estulticia militante, si consigue hacerse viral –y suele lograrlo con más facilidad que la inteligencia o la razón–, logra un influjo devastador, ejecutivo, sobre las personalidades más débiles o influenciables. La imbecilidad tiene una eficacia y una vida útil que ya quisieran las lavadoras de hogaño. Es el signo de los tiempos: vivimos bajo la autoridad, despótica y arbitraria, de la insoportable levedad de la chorrada.
✕
Accede a tu cuenta para comentar