Marta Robles
Llegarán. Estoy segura
Al paso que vamos, no nos va a quedar ni la letra de los villancicos. Y lo digo recordando aquel que decía «el camino que lleva a Belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió, los pastorcillos quieren ver a su rey...». Tras las palabras de Benedicto XVI sobre «La infancia de Jesús», andamos más que despistados, sin buey ni mula, sin pastores cantarines y sin lugar concreto asignado al nacimiento de Cristo, que podría haber sido Belén, pero, según parece, también Nazareth... «Que sabe nadie», que cantaba, como el villancico antes mencionado, Rafael. Pero es que si alguien tiene información es el Papa, que, además, es un hombre de ciencia, empeñado en aunar fe y razón. Tanto es así que, en estos días, anda empecinado en explicar que la estrella que dirigió a los Reyes Magos (que a saber si venían de Oriente) era, sencillamente, la supernova que el astrólogo Johannes Keppler calculó que se registró 6 o 7 años antes del nacimiento de Jesús, según dicen ahora, la fecha más probable del acontecimiento. Alguien pensará que qué más da que fuera una supernova u otro fenómeno, si al estar contemplado como tal y en aquel momento ya determina una luz y una guía, que lo mismo da que conduzca hasta el Niño o que, como ha dicho Benedicto XVI, sea «el Niño quien guía a la estrella». En realidad, pese al empeño de Su Santidad, creer las historias de las Sagradas Escrituras es un hermoso acto de fe, tan absolutamente irracional como el de seguir esperando que Melchor, Gaspar y Baltasar lleguen pasado mañana, cargados de regalos para los niños buenos... Y lo harán. Estoy segura.
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