Celia Cruz

Lo de Oprah

La Razón
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Es para hacerse mirar lo de Oprah Winfrey, la mítica telepresentadora, que tiene embrujada a una parte de la opinión pública estadounidense. Como si no fuera bastante con el presidente que disfrutamos, un hito en sí mismo, los cabezas de huevo de la izquierda mediática reclaman una Winfrey a la contra. Alzada como reina del cutrecouche hasta el Despacho Oval. En carrera frente al multimillonario en permanente bancarrota moral gracias a su discurso del otro día en los Globos de Oro. Esa tibia expectoración de lugares comunes y grajeas de pensamiento fieramente tutelado. Lo tiene todo. Mujer y negra. ¿Experiencia? ¿Conocimientos? ¿Currículum? Bah, como ha explicado la dama, sin asomo de ironía, una vez que Trump ganó las elecciones quedó claro que cualquiera podía ser presidente. Ella misma, un suponer. La primera objeción, naturalísima excepto para un enfermo incurable de sectarismo, tiene que ver con la posibilidad de que a una estrella de la tv le suceda otra. O sea, hace de la presidencia de EE.UU. una suerte de Operación Triunfo. Un concursete trapacero y vistoso. De esos que permiten creer que lo mismo dan Billie Holiday, Celia Cruz o Bambino que sus imitadores de karaoke y crucero. Que todo lo que necesitas es un micrófono y un profesor de canto. Que en definitiva esto de la democracia representativa solo funcionará bajo el radiante paraguas del share. A más audiencia, y a más altas las carcajadas, más posibilidades de cambiar al aburridísimo político de siempre por la locura de un Trump, un Berlusconi, un Gil y Gil... o una Winfrey. Porque el público siempre tiene razón. Incluso cuando patina. Aun en el caso de que aplauda con ceguera propia del adicto a ciertos cultos las diatribas anticientíficas que dañarán a sus hijos. Porque, ah, oh, Oprah Winfrey, entre otras hazañas, dio pábulo a una corte de enemigos del laboratorio, comenzando por la inefable Jenny McCarthy. Célebre cruzada antivacunas. Convencida, contra toda evidencia, de que la inmunización «excesiva» causa autismo y de que sería mucho mejor, más natural y ecológico, más sano y democrático, que cabalguen de nuevo y a la puerta de las guarderías los espectros de la polio y etc. Como no podía ser menos, Oprah coincide con Trump en el desprecio por los rollos científicos. Claro que allí donde el rubio cultiva una suerte de narcisismo rapaz e insolente, ella es más amable. Más de velitas perfumadas, pilares de la tierra, alquimistas y diarios de un mago, de Juan Salvador Gaviota y, de paso. Aunque igual de volcada a ese nuevo día que anunció en la noche del domingo. El mismo que han prometido todos los fabuladores que por azares históricos diversos mutaron en líderes. Sepan ustedes que Oprah hizo un arte de la entrevista lacrimógena, el estriptis visceral y la parrafada emocionante y reactiva al frío argumentario. Situada entre el confesionario y la New Age, estamos ante una clarividente lectora de las necesidades emocionales del respetable, al que tanto quiero y que tanto me quiere. Nada que en lo que no haya destacado con anterioridad un nutrido grupo de pequeños y grandes timoneles. ¿No querías Trump? Aquí va otro.