César Vidal
Lo que China hace bien (y III)
En las dos entregas anteriores, he señalado algunas de las circunstancias que han llevado a China a convertirse en una superpotencia cuyos éxitos no se cifran en sus arsenales nucleares o en su ejército de varios millones de efectivos, sino en una pujanza económica y una presencia internacional colosales. El pragmatismo por encima de ideologías, la oposición a alianzas militares permanentes, el fomento de las relaciones comerciales con otras naciones, la reducida presión fiscal, la visión meritocrática y el fortalecimiento de la familia en claro repudio de fenómenos como la ideología de género son bases esenciales para comprender ese éxito. Hay un último aspecto de la realidad china que hay que sumar a los anteriores y que podríamos definir como la defensa de la identidad nacional. En contra de lo que muchos puedan pensar, China es una nación multiétnica. Es cierto que la etnia más relevante son los han, pero junto a ella aparecen otras de no escasa relevancia. Es común también que a esa diversidad étnica se sume la lingüística. Pues bien China ha sostenido desde el principio que su robustecimiento pasa por mantener el chino en todas las áreas como la lengua de todo el estado y en no tolerar el menor movimiento centrífugo. No sólo el mandarín es la lengua de la comunicación y de la educación sino que además, salvo en ciudades como Beijing o Shanghai, los letreros están escritos únicamente en pictogramas chinos. En Tíbet, cierto es, resulta posible ver carteles en las dos lenguas, pero jamás en tibetano únicamente. Por añadidura, China no va a tolerar jamás que se usen desde el exterior las diferencias étnicas para erosionar la identidad nacional. No sólo eso. Desprecia a la opinión pública internacional si el resultado puede ser su debilitamiento interno. Desde fuera, podrá aplaudirse esa memez que algunos llamaron cursimente la rebelión de los paraguas, pero las autoridades chinas no van a consentir que un financiero o un servicio de inteligencia extranjeros –mucho menos algún chino– se dediquen a cuartear su cohesión apelando a argumentos raciales o, supuestamente, humanitarios. China no volverá a ser regida por extranjeros. El resultado es obvio. Se consolida día a día como superpotencia con enorme peso e indiscutible voz en los foros internacionales. Otras naciones, aplastadas por los impuestos, aborrecedoras del mérito, incapaces de defender la identidad nacional y vulnerables a las órdenes que vienen de fuera, agonizan y de esa agonía mal les puede salvar nuevas elecciones.
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