César Vidal
Lo que no conté de América (II)
Me encontraba entrevistando a una persona para uno de los reportajes que sobre la campaña he realizado para este periódico. En un momento de la conversación, el hombre me contó que su esposa había fallecido el año anterior. La causa de la muerte había sido un cáncer que la ha había tenido hospitalizada durante una veintena de días antes de expirar. La factura hospitalaria había llegado unos días después. Debía abonar algo más de novecientos mil dólares -sí, han leído bien, novecientos mil- por el tiempo, inferior a un mes, que había estado ocupando una cama. Su caso no era excepcional. Unas semanas después, por ejemplo, un amigo mío tuvo que acudir al médico para realizar unas pruebas de resistencia cardíaca corriendo sobre una cinta. Pagó algo más de tres mil dólares. Podría multiplicar los ejemplos porque la realidad es que la nación más poderosa del mundo -en algunos aspectos, sin duda, la mejor- ha sido incapaz de articular un sistema médico medianamente decente. De hecho, un estudio publicado hace pocos años donde se analizaba la fragilidad de la clase media en Estados Unidos, indicaba que una enfermedad podía ser un factor de quiebra igual o mayor que el desempleo o un divorcio. No es exageración y durante estos meses he tenido ocasión de verlo una y otra vez cuando, por ejemplo, mis amigos me instaban a no regresar a España y a abrir en Estados Unidos una clínica con la seguridad de que no existe negocio mejor. Se podrá aducir que hay personas que no llegan a pagar la factura médica alegando falta de medios, pero no es argumento. La clínica hará recaer el coste sobre el siguiente paciente que aparezca y pueda abonarla. El propio Obamacare no es solución ya que pretende crear un embrión de medicina de alcance social y, a la vez, no chocar con los intereses de la industria sanitaria. Se trata, pues, de una cuadratura del círculo que, difícilmente, va a funcionar, pero, con todo, fue una de las razones por las que no resultaba difícil ver que Obama se iba a imponer al dúo republicano, y más cuando en él figuraba un personaje como Ryan, decidido a meter la tijera en el Medicare y a impedir que el Medicaid se ampliara a varios millones de personas necesitadas. El norteamericano no discute la obligatoriedad del seguro del automóvil y tiene razón. Quizá debería comenzar a preguntarse si no es más razonable incluso que el seguro sanitario sea también obligatorio y que se frenen los privilegios de una casta que obtiene beneficios multimillonarios de algo tan esencial como la asistencia sanitaria.
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