César Vidal

Los cien días de Macri

La Razón
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Durante los años del kirchnerismo, Argentina se vio reducida a eso que los anglosajones denominan «a mess», es decir, un desastre. La persecución de los opositores, el latrocinio y la necedad propagada desde las más altas instancias superaron cualquier precedente. Como además se decidió sumar al movimiento a personajes como Baltasar Garzón, realizar guiños al lobby gay y utilizar al equivalente a la agencia tributaria española en operaciones de hostigamiento, el asco fue ganando terreno en la sociedad argentina a velocidades agigantadas. Que los argentinos estaban hartos del kirchnerismo no admitía discusión, pero la duda era si Mauricio Macri, el nuevo presidente, podría encauzar a la nación por la buena senda. Todo parece indicar que sí cuando se han rebasado los cien días. Tras doce años de kirchnerismo, Macri tenía que enfrentarse con lacras como una corrupción espectacular, una deuda pública agobiante, un gasto público desaforado y una inflación desbocada. Lo ha ido consiguiendo de manera más que notable. De entrada, ha devuelto la estabilidad política a una sociedad convulsionada. También ha solventado la situación de la deuda y de los fondos buitre en unos términos más que beneficiosos para Argentina. Pero quizá lo más audaz y ejemplar de la política de Macri sea la manera en que se han enfrentado con el sistema clientelar archicorrupto que se encontró. El ataque a los subsidios de la luz y el agua y el despido de millares de empleados públicos han sido medidas que dejan de manifiesto que Macri no es timorato y que sabe muy bien dónde debe actuar. Al respecto, es de manual su anuncio de una rebaja más que sustancial en el impuesto a las ganancias, el equivalente al IRPF español. Puesto a escoger entre recortar programas sociales esenciales como la Asignación universal por hijo y a subir impuestos o a librarse de trabajadores públicos, Macri ha optado con toda razón por la segunda medida. El cuadro de aciertos casi se contempla con una serie de nombramientos especialmente brillantes como el de Martín Lousteau, antiguo adversario electoral, al frente de la embajada en Washington. En otras palabras, Macri ha comprendido algo tan elemental e ineludible como que la economía no puede despegar a menos que se bajen drásticamente los impuestos y que se disminuya enérgicamente el gasto público comenzando por los apesebrados prescindibles. Sólo así se puede estimular el crecimiento económico, el empleo y el desendeudamiento. Pobres de los que no se enteran.