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Julián Redondo
Los cuentos de Andersen
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El misil tierra aire de Cristiano o el principio del fin del Betis, grupo de jugadores apiñados en torno a la nada con más cuerpo que espíritu, pero sin materia. Huele a cadáver y la interpretación del Tancredo de Andersen, al disparar Ronaldo y al ajustar la falta Bale, fue la peor respuesta a una afición que, a la hora de la siesta, llenó el Villamarín porque soñaba con un espejismo. El cuento no parece posible. No era su día, no hay héroes en su nómina, ni siquiera alcanza ese grado Baptistao, el voluntarioso refuerzo sin sitio en el Atlético. No era tarde verdiblanca para levantar el ánimo de seguidores como Curro Romero, que o salía del ruedo regateando almohadillas o en hombros.
El Betis no está para milagros, ni siquiera para faenas de aliño. Carece de plantilla, de director técnico y espiritual, del ánimo y la calidad que convierten a tipos aparentemente normales como Javier Fernández, Nani Roma o Marc Coma en seres excepcionales. Tampoco podía ser el día de la resurrección porque, para más inri, enfrente estaba el Madrid, que, tutelado por Modric, apenas necesita una ocasión para marcar dos goles. Más próximo al tanatorio que a la UVI, a Garrido le han encargado resucitar a un muerto que, en las manos de Mel, ofrecía un hálito de vida cuando todavía el pronóstico era reservado, pese a la cornada de doble trayectoria que recibió por la venta de jugadores imprescindibles y la incorporación de otros que jamás darán la talla. Ni una parada hizo Diego López en los 92 minutos. Jugaba en casa del Betis. Cinco goles que pudieron ser ocho encajó Andersen. La suerte está echada.
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