Crítica de libros
Los demonios del mar
Las profundidades del océano siempre fueron una metáfora del averno. Aunque los dioses nos amenazaban con fuego, realmente nos castigaban con agua. El Jehová bíblico nos envió el diluvio, la Atlántida de Platón fue hundida por las divinidades ante la soberbia de sus moradores y el mito bíblico de Leviatán –feroz criatura marina, mitad pez y mitad serpiente, que algún día libraría batalla con el mismísimo Dios– simboliza desde antaño las fuerzas del mal que contenían toda la esencia de los demonios del mar. A falta de información científica, las leyendas, la literatura y la tradición oral de los marinos han poblado el mundo acuático de seres monstruosos de gigantesco tamaño, extrañas costumbres e insaciable voracidad. De entre todos los posibles, los más temidos han sido los pulpos y los calamares gigantes: los mismos que amenazaban a los barcos –como relataba Homero en su «Odisea»– y que llegaron a devorar a seis compañeros de Ulises en su épico viaje. El mito creció en popularidad gracias a las crónicas históricas en tiempos romanos. Las referencias y testimonios sobre estos titánicos cefalópodos no han cesado: el popular poema del «Kraken» de Alfred Tennyson –basado en el monstruo marino de la mitología escandinava que atacaba barcos y devoraba a la tripulación– o el gigante pulpo al que se enfrentara el capitán Nemo en sus «Veinte mil leguas de viaje submarino», cercenándole un tentáculo, mientras su contramaestre de «El Nautilus» luchaba contra otros gigantes del mar. El séptimo arte, sabedor de la atracción humana por las negras entrañas salinas, ha dado memorables títulos para solaz y pavor de los espectadores. «Tiburón», «Pirañas» u «Orca, la ballena asesina».
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